Medio siglo después del final de la guerra de Vietnam ―que se conmemora este 30 de abril―, el país asiático vuelve a ocupar un lugar central en una pugna internacional. Hoy, transformada en una de las economías más dinámicas del planeta y en una potencia manufacturera y exportadora, la República Socialista de Vietnam se encuentra atrapada entre dos fuerzas en competencia por el dominio de las cadenas globales de suministro: China y Estados Unidos. La contienda se libra con aranceles, sanciones y maniobras geoeconómicas que colocan a Vietnam en una posición tan estratégica como delicada.
Su auge industrial lo ha situado en el punto de mira de la nueva cruzada proteccionista del presidente estadounidense, Donald Trump. Estados Unidos, su principal cliente y socio estratégico, ha amenazado con imponer gravámenes del 46% a todos los productos vietnamitas a partir de julio, si no se alcanza un acuerdo antes de que finalice la moratoria global de 90 días. Pero, al mismo tiempo, China —su mayor proveedor y vecino, y con el que mantiene disputas territoriales en el mar del Sur de China—, ha advertido que tomará represalias contra las naciones que cierren pactos comerciales con la Casa Blanca en detrimento de los intereses de Pekín.
Vietnam fue escenario de conflictos que condicionaron su desarrollo durante buena parte del siglo XX. Tras la reunificación en 1976 y el inicio de las reformas doi moi una década después, emprendió un proceso de modernización que lo transformó. De una economía planificada y empobrecida, pasó a integrarse en los mercados y atraer inversión extranjera. Su PIB per cápita nominal se ha multiplicado por más de ocho, de menos de 500 dólares en 1986 a casi 4.300 en 2023, según el Banco Mundial, y la pobreza extrema ha caído por debajo del 2%. Su economía ha mantenido un crecimiento sostenido (a excepción de la pandemia) durante 25 años, con una tasa media anual del 6,25%, la más alta de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).
Vietnam, de 100 millones de habitantes, es uno de los países más vibrantes de la región. Esa vitalidad es visible en sus calles bulliciosas, en la creciente expansión de su red de infraestructuras y en la energía de una población joven y conectada (la media de edad es 33 años). La combinación de estabilidad, mano de obra relativamente cualificada y apertura comercial lo convirtió en uno de los principales destinos del llamado China+1, la estrategia para diversificar la producción en respuesta a las tensiones comerciales que germinaron durante la primera legislatura de Trump.
Gigantes tecnológicos (como Samsung, Foxconn o Intel), textiles (Nike, Adidas o Uniqlo) y fabricantes de maquinaria e ingeniería (Bosch Rexroth o ABB) han ampliado allí su producción para sortear los aranceles impuestos a China desde 2018. LEGO también ha apostado por el país y acaba de abrir una de sus mayores plantas del mundo. Además de una ubicación estratégica en Asia, Vietnam ofrece un acceso preferente a grandes mercados gracias a una atractiva red de pactos comerciales. Es miembro de dos de las mayores zonas de libre comercio del mundo por PIB —el Acuerdo Amplio y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP) y la Asociación Económica Integral Regional (RCEP)— y ha suscrito otros 15 tratados de libre comercio, entre ellos, con la Unión Europea, Japón y Corea del Sur.
Así, se ha convertido en un engranaje esencial del comercio global. Pero su papel como destino preferente de deslocalización tiene un doble filo. En Estados Unidos terminan el 30% de sus exportaciones, más que en ningún otro lugar del mundo. En 2024, las ventas a suelo estadounidense alcanzaron los 136.600 millones de dólares, según datos oficiales aduaneros. Es casi el triple de los 47.580 millones de dólares que exportó en 2018, año en el que se inició la primera fase de la guerra comercial entre Washington y Pekín.
Aunque Vietnam ha multiplicado su producción, carece aún de una base sólida de proveedores locales de componentes, maquinaria y materias primas, lo que le obliga a recurrir a otros para alimentar sus fábricas y sostener su crecimiento. Y ahí está China, que se ha consolidado como su primer proveedor. Solo en 2024, Vietnam importó alrededor de 144.500 millones de dólares en productos desde el gigante asiático; en 2018, rondaban los 65.440 millones de dólares.
Esa elevada dependencia ha alimentado la percepción de que Vietnam actúa principalmente como ensamblador de bienes con componentes extranjeros, y Washington teme que sirva de puerta trasera para introducir en su territorio artículos chinos. Según datos de la OCDE y la OMC, el valor añadido chino en las exportaciones vietnamitas pasó del 0,4% en 1995 al 13,8% en 2018.
La exención arancelaria a la electrónica —que concentra buena parte de las exportaciones— y la suspensión temporal de las medidas han amortiguado el impacto momentáneamente. Pero toca sentarse a negociar. Aunque la estrategia comercial de la Administración Trump sigue siendo difusa por los vaivenes y rectificaciones constantes del magnate, la idea que ha cobrado fuerza es que está tratando de aislar a China presionando a sus socios para que limiten sus lazos económicos con Pekín. El miércoles, responsables de Comercio de Vietnam y Estados Unidos iniciaron las conversaciones, aunque apenas han trascendido detalles. Vietnam registra el cuarto mayor superávit comercial con Estados Unidos —123.500 millones de dólares en 2024—, y la Casa Blanca sopesa imponer nuevas reglas de origen para evitar triangulaciones desde China.
En un gesto para contentar a Trump, Hanói se prepara para intensificar los controles sobre mercancías chinas que cruzan su frontera rumbo a América. No obstante, Alicia García Herrero, economista jefe para Asia Pacífico de Natixis, apunta que la capacidad de acción es muy limitada. “El desacoplamiento de Vietnam de China es prácticamente imposible”, afirma. García advierte que el país está en peor posición que en 2018 “por esa situación tan extrema de muchísimas importaciones desde China y muchísimas exportaciones hacia Estados Unidos”. Además, cualquier intento de imponer aranceles propios —como podría exigir Washington— afectaría a su competitividad y generaría fricciones con Pekín. Al mismo tiempo, existe el temor de que la sobrecapacidad china, alimentada por subsidios estatales, termine por inundar el mercado y poner en jaque el tejido industrial vietnamita.
Hanói, que lleva lustros cultivando una política exterior basada en el equilibrio entre las dos superpotencias, tiene un margen de maniobra cada vez más estrecho. Fue evidente durante la reciente visita del líder chino, Xi Jinping, que se selló con 45 acuerdos, pero tras la que no se amplificó su mensaje de “oponerse a la intimidación unilateral”, una clara alusión velada a Washington. “Vietnam no quiere dar la impresión de que está intentando joder a Estados Unidos, como dijo Trump”, opina Nguyen Khac Giang, investigador visitante en el Instituto ISEAS-Yusof Ishak. “Ahora le están obligando a elegir un bando, al menos económico. Pero tiene motivos para no hacerlo, porque ambas opciones conllevan riesgos”, asevera.
En China —el único país sobre el que siguen vigentes gravámenes del 145%— se vigilan todos esos movimientos. No solo el Gobierno, que ha expresado su disposición a responder, sino también los empresarios que decidieron trasladar sus fábricas a Vietnam. No obstante, la esperanza de que los aranceles se mantengan bajos (Hanói intentará que disminuyan a un rango de entre el 22% y el 28%) ha dado alas a nuevos proyectos, asegura Hanna Wang, creadora de contenido sobre comercio transfronterizo. En las redes sociales chinas proliferan las publicaciones de emprendedores instalados en Vietnam; este diario ha contactado con cinco de ellos, pero todos han declinado hacer declaraciones.
Camino decisivo
El camino que se abre ahora es decisivo. El líder vietnamita, To Lam, en el poder desde el verano pasado, quiere convertir la nación comunista en uno de los principales centros comerciales y de inversiones del sudeste asiático para 2030, y en una economía de ingresos altos cimentada en la tecnología, el conocimiento y la manufactura avanzada para 2045. Hanói ha fijado un objetivo de PIB del 8% para 2025 y aspira a mantenerlo incluso por encima de los dos dígitos en los próximos años. En ese esquema, exportar más a Estados Unidos es un pilar esencial.
No será fácil. El Fondo Monetario Internacional ha rebajado su previsión de crecimiento del 6,1% al 5,2% y desde Natixis calculan que, “si se mantienen los aranceles recíprocos, podría situarse incluso por debajo del 3,5%”, advierte García. Tran Dinh Lam, director del Programa de Cooperación Internacional del Centro de Estudios sobre Vietnam y el Sudeste Asiático, insiste en que la solución es “mantener nuestra autonomía estratégica y garantizar la inversión privada nacional”. Lam asegura que el país está tratando de reforzar sus vínculos dentro de la ASEAN y con “potencias medianas” (“Japón, Corea del Sur, Australia y la India”) y que tratará de acercarse a la UE —el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, viajó allí recientemente— para mantener estable el orden comercial.
Giang coincide con esa visión: “Hanói busca hacer amigos”. Pero apunta que el éxito del proceso “dependerá de cómo lo tomen en Pekín y Washington”. Este analista sostiene que, aunque la intensificación de la rivalidad entre las dos principales economías del planeta “no parece que vaya a terminar pronto”, “no veo un escenario en el que Vietnam se convierta en un aliado total de uno u otro”, apostilla.