A finales de marzo, Özgür Özel, el líder de los socialdemócratas turcos, dio una rueda de prensa visiblemente enfadado: “¿Os creéis que podéis ignorar a las masas y a la vez vendernos productos? ¡No vamos a permitirlo! Dirigiremos un boicot a todos aquellos incapaces de mostrar lo que ocurre en las plazas; de quienes hacen datos de audiencia y dinero con nosotros, pero nos ignoran. Usaremos nuestro poder como consumidores”. Su rabia se dirigía hacia las televisiones progubernamentales —la mayoría del espectro— que habían decidido no retransmitir en directo las protestas por la detención del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, el mayor movimiento de contestación social al que se ha enfrentado el Gobierno del presidente islamista Recep Tayyip Erdogan en la última década.
Ha surtido efecto: en los análisis de audiencia de marzo se aprecia un aumento de la cuota de pantalla de los canales opositores que quedan en las televisiones turcas —cuatro, literalmente— frente a una cierta reducción en las decenas de canales progubernamentales. Pero el boicot no se ha quedado en las pantallas. En Turquía, como en otros países, los medios de comunicación privados pertenecen a grandes conglomerados empresariales con intereses que van desde la restauración hasta la minería o la construcción, cuyos contratos dependen en gran medida de la sintonía que tengan con la Administración —lo que Erdogan ha utilizado durante años para meter a los medios en vereda y construir un muro de silencio—.
La lista de empresas a las que se ha llamado a boicotear ha crecido semana a semana, en razón de su grado de cercanía al partido islamista en el Gobierno. Uno de los símbolos del boicot ha sido la popular cadena de café Espressolab, vinculada a la familia del anterior alcalde islamista. En los barrios donde se concentra el voto a la oposición, sus establecimientos antes llenos ahora languidecen mayormente vacíos. Además, la banda de rock Muse y otros artistas extranjeros han cancelado los conciertos en Estambul después de que sus seguidores turcos les pidieran boicotear a la empresa organizadora. La oposición incluso llamó a no comprar nada de nada el pasado día 2 de abril, y según los estudios hechos, esta huelga de consumo tuvo cierto efecto en los barrios opositores, pero no así en donde predominan los seguidores de Erdogan.
Impacto en la reputación
Con todo, la huelga de consumo ha enervado al Ejecutivo. Y es que la iniciativa ha provocado que muchas marcas queden manchadas para siempre a ojos de una parte importante de la sociedad turca. Así que el Gobierno ha pasado a la acción: las webs en las que se enumeraban las empresas a boicotear han sido censuradas; el Consejo Superior de Radiotelevisión ha sancionado a los canales opositores, entre otras cosas, por dar información sobre la huelga de consumo; y Erdogan ha cargado contra los “políticos codiciosos que juegan con el pan de los trabajadores y de los empresarios”, y ponen en peligro la “producción nacional” con “sus irresponsables boicots”. Parecía olvidar que él mismo ha hecho llamamientos similares a boicotear periódicos que le criticaban, empresas que cooperasen con Francia o EE UU cuando las relaciones con esos países pasaban por un mal momento.
La razón por la que se teme al boicot, escribe la periodista turca exiliada Ezgi Basaran, es que “convierten el consumo en un acto político” otorgando al ciudadano de a pie una agencia política que “desafía los límites del Estado”, y aún más en uno autoritario. Hay también razones de clase. Erdogan ascendió al poder presentándose como el líder de los oprimidos, cabalgando el apoyo de los emigrantes rurales explotados en las ciudades y de los pequeños comerciantes (espina dorsal de los partidos islamistas), cuyos intereses defendía frente a las familias empresariales que habían dominado tradicionalmente la economía turca. Ya no es así, afirma la académica Asli Odman en el canal Medyascope: tras más de 20 años en el poder, Erdogan ha desarrollado una “relación orgánica” con el gran capital, tanto el que ha crecido bajo su protección como el que antes se le oponía pero ha terminado por plegarse a él.
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