El presidente de Estados Unidos está cumpliendo lo prometido en campaña, caiga quien caiga. Esta semana quedó aprobada en la Cámara de Representantes, por un solo voto de margen, la denominada “One Big Beautiful Bill Act” [una gran y hermosa ley], el pomposo nombre con el que Donald Trump ha decidido bautizar una normativa sobre un tema tan árido como la fiscalidad. El texto incluye una fuerte bajada de impuestos, continuidad en gran parte de los recortes que el propio Trump decidió en 2017, y llega justo cuando los inversores han vuelto a poner la sostenibilidad de la deuda estadounidense en el foco: Estados Unidos ha perdido definitivamente la categoría de país de máxima calidad financiera, después de que la agencia Moody’s decidiera retirarle el máximo rating, la triple A.
A la agencia de calificación le preocupa el alto déficit público, superior al 6%, y el elevado volumen de deuda, de entorno al 100% del PIB, que soporta la economía de EE UU y que van a ir a más con la reforma fiscal en marcha. Los inversores en bonos ya están dando su veredicto y han apretado esta semana el botón de las ventas. El rendimiento del bono a 30 años se ha disparado por encima del 5% esta semana, a máximos de casi dos décadas. La reforma fiscal de Trump vuelve a abrir la caja de los truenos y añade un elemento de alto riesgo al volcánico panorama para el crecimiento económico y la estabilidad financiera que ha abierto la guerra comercial. Un paso más que agrava la incertidumbre y que debilita la hegemonía indiscutible de la que ha disfrutado hasta ahora EE UU como destino de inversión.
Trump propone con su reforma fiscal un salto hacia adelante en el déficit público, aunque los ingresos que también prevé obtener de los aranceles puedan servir de cierto contrapeso. La Casa Blanca abre así un nuevo pulso con los inversores, que están ya en alerta ante el creciente desequilibrio fiscal de EE UU, y cuando acaba de redoblar la presión comercial sobre la UE. Su decisión de este viernes de amenazar a la UE con un arancel del 50% a partir de junio ha permitido de momento relajar la tensión sobre los bonos estadounidenses, que se han beneficiado de la salida de dinero de la renta variable, aunque no tanto de los bonos europeos.
Así, el mercado ha frenado un repunte de las rentabilidades de la deuda que recordó a los peores días de abril, cuando la salida de los inversores forzó a Trump a aflojar el paso con los aranceles y anunciar una tregua de 90 días. La reforma fiscal aún debe ser tramitada en el Senado estadounidense, pero la versión aprobada en el Congreso se estima que supondrá un aumento en el déficit federal en 3,8 billones de dólares a lo largo de una década, de acuerdo a los cálculos independientes de la oficina Presupuestaria del Congreso (CBO). Es el coste de hacer permanente los recortes de impuestos individuales de 2017, a lo que suman medidas adicionales como la eliminación de los impuestos federales sobre la propinas, el pago de horas extras y los intereses de préstamos para automóviles, el aumento del gasto en seguridad fronteriza y defensa, solo parcialmente compensados por el recorte en programas sanitarios como Medicaid. “Los nuevos recortes fiscales ascienden a un total de 663.000 millones de dólares en diez años. Como tal, la reducción fiscal adicional es relativamente limitada en relación con el tamaño global del paquete“, reconoce Lizzy Galbraith, economista política senior de Aberdeen Investments, quien añade en cualquier caso que “el déficit seguirá aumentando”.
El déficit público de EE UU ya supera el 6% del PIB y podría llegar al 7% con la reforma fiscal de Trump, según calculan en la gestora J. Safra Sarasin Sustainable AM. ”A corto plazo, los mercados de renta fija pueden servir de barrera. Un proyecto de ley que incremente todavía más el déficit que la versión de la Cámara puede resultar inaceptable para los inversores en bonos. Incluso la actual podría necesitar ajustes“, advierte Raphael Olszyna-Marzys, economista de la firma, que alerta que las perspectivas presupuestarias presionan tanto a la credibilidad fiscal de Estados Unidos como a los inversores en renta fija. Según sus cálculos, en caso de recesión leve el déficit público de EE UU podría dispararse a cerca del 10%. Incluso sin recesión, las previsiones de Moody’s ya apuntan a un déficit del 9% en 2035.
Roberto Scholtes, jefe de estrategia de Singular Bank, reconoce que los inversores piden ahora una prima a la hora de adquirir deuda soberana estadounidense, un plus de rentabilidad, aunque no ve en ello señales de que el riesgo de crédito de EE UU vaya a desbocarse. “La perspectiva ahora es que la deuda sobre PIB pase del 100% al 120% al fin de esta década”, señala. Y también reconoce que esa prima de riesgo sobre EE UU ha alcanzado niveles en los que podría estabilizarse a medio plazo. Al fin y al cabo, las mayores rentabilidades son un incentivo para su compra y, lo que es una cuestión clave para los analistas, no se está apreciando una salida de capitales de EE UU. Ese movimiento sería la señal determinante de que la espiral de desconfianza hacia Estados Unidos se habría puesto en marcha, un escenario de alto voltaje para la estabilidad financiera mundial que aún no se ha producido. “Ninguna estadística muestra salidas de capitales en la deuda soberana estadounidense, aunque las compras sí se han frenado. La excepcionalidad de EE UU como destino de inversión es menor pero no va a terminar. La economía del país es muy dinámica, su liderazgo tecnológico es claro y el dólar, pese a su depreciación, aún está sobrevalorado”, defiende Scholtes.
“No vemos salida de capitales en EE UU”, coincide Ignacio Fuertes, director de inversiones de Miraltabank. El experto reconoce que los tipos de interés reales se han acercado a los niveles en que los inversores se ponen nerviosos, con el tipo a 10 años ligado a la inflación por encima del 2%, y destaca que el Tesoro estadounidense afronta un año muy desafiante en vencimientos de deuda, unos nueve billones de dólares. “Hay también un problema de calendario, en abril y mayo ha habido vencimientos mensuales por dos billones de dólares, pero la presión bajará en los próximos meses y durante 2026, con unos cuatro billones en vencimientos, y 2027, con entorno a tres”, añade.
A favor del sostén en la demanda de bonos soberanos de EE UU podrían jugar también, según explica Fuertes, los preparativos para un cambio regulatorio a la vuelta del verano que permitiría a la banca comprar deuda pública con menos consumo de capital. Y Goldman apunta un elemento más capaz de poner freno al alza de rentabilidades de los bonos. No hay mal que por bien no venga y, con más aranceles, “una ralentización significativa del crecimiento acabaría empujando los rendimientos a la baja, a pesar de una trayectoria potencialmente más volátil en comparación con las últimas décadas”, consideran en el gigante estadounidense de la inversión.
Trump vuelve a jugar con fuego pero, aunque no explote la bomba de relojería de la deuda, los tiempos sí están cambiando para la economía y la inversión a nivel mundial. “El excepcionalismo estadounidense empieza a estar bajo presión. Estamos entrando en un nuevo régimen, definido por la regionalización, la expansión a gran escala y un relativo retroceso del liderazgo estadounidense”, concluyen en Generali Investments.