Al otro lado de la pared se escuchó una verdad inquebrantable, una fe absoluta. La sobremesa estaba llegando a su fin. Pero ninguna sobremesa que se precie ha de terminar sin una sentencia de muerte, sin una frase definitiva a modo casi de epitafio que dé paso a una siesta apacible —la siesta hay que dormirla siempre con la conciencia tranquila, con las ideas ordenadas:
—Nunca lo podrán entender, papá. Ellos han elegido el camino fácil—, comentó.
Hasta ese momento el vecino de enfrente era un joven simpático con el que existía una complicidad casi plena. Habían sido cinco o seis encuentros, pero ya se había hablado bastante de fútbol en el rellano o en los minutos muertos del ascensor. Había dado tiempo para comprobar la devoción común por la pelota con conversaciones emocionantes sobre los futbolistas de la infancia que ambos llevábamos en camisetas vintage. La única certeza que faltaba en ese puzzle de convivencia perfecta era saber por qué equipo suspiraba. Y la decepción, como es lógico, fue mayúscula al comprobar que el chico estaba en el otro bando. “¿Pero qué narices le está contando éste a su padre? Está claro que no era penalti”, pensé al escuchar la conversación desde mi sofá.
Los días siguientes hubo cierta distancia por mi parte, cierto reparo a hablar de la actualidad futbolística. Eduardo Galeano, en un discurso titulado El fútbol, entre la pasión y el negocio, leído en la apertura del Congreso de Deportes en Copenhague en 1997, pronunció frases brillantes sobre este deporte capaz de dar sentido como pocas cosas en este mundo a la palabra hipocresía. “El pacto de amor del hincha parece ser más serio que cualquier contrato conyugal, porque la obligación de fidelidad no admite ni la sombra de la sospecha de la posibilidad de un desliz”, escribió.
Las ruedas de prensa postpartido no tienen por lo general ningún interés salvo que tengamos entre manos el estímulo de una buena polémica. Si puede ser arbitral, mejor. Es conmovedor escuchar a los beneficiados quitándole importancia y a los perjudicados —la jornada anterior beneficiados— poniendo el grito en el cielo. Algunos redoblan la apuesta desde sus canales privados de televisión hasta el punto de avergonzar a sus propios aficionados. Es una pena que se haya perdido el espíritu de las repreguntas en las salas de prensa. Alguien debería retomar aquella vieja costumbre periodística. Al Cholo Simeone, por ejemplo, tras la eliminación del Atleti por el famoso penalti de Julián Alvarez, habría sido precioso repreguntarle si en el caso de que el gol se le hubiera anulado al rival estaría tan indignado como parecía cuando pretendió que levantara la mano quién de los allí presentes vio los dos toques. O a Courtois, por qué no, que tenía sumamente claro que Alvarez había cometido la supuesta infracción: “Oye, Thibaut. Si todavía vistieras la camiseta del Atleti, ¿seguirías opinando lo mismo?”. Todos sabemos que no.
Esta hipocresía la ha resumido muy bien Carlo Ancelotti tras la polémica victoria del Madrid este sábado: “Se queja el Leganés, pero nosotros también”. “Tonto el que no se queje”, le faltó por decir. Por eso es absurdo indignarse por la falta de objetividad en el fútbol, como absurdo es el famoso extracto del artículo 14, donde se apunta que el balón debe “desplazarse con claridad” cuando un jugador la toca dos veces. Porque lo único claro en el fútbol es que uno no puede bajarse del barco de su equipo de ninguna de las maneras. Porque el fútbol consiste, en esencia, en encontrar a alguien que sienta lo mismo que tú. Alguien a quien le ilusione lo mismo, a quien le duela lo mismo, y por supuesto, a quien le indigne lo mismo.
Por eso cuando el vecino vuelve a aparecer me da por no destrozarle la ilusión que él me destrozó a mí y juego a hacerle creer que soy también uno de los suyos. Entonces él, que no se conforma, pregunta:
—Y tu novia, ¿opina como nosotros?
—Exactamente igual—, miento.
Y así entra en casa, y así abraza, satisfecho, a su padre: convencido de que sus colores son efectivamente la única fe absoluta. Bien pensado, esa mano fuera del área empieza a parecer penalti.