El arte y el dinero siempre han sido enemigos íntimos. El primero necesita al segundo; sin el primero, el segundo sería bastante aburrido. Sin embargo, cuando se juntan demasiado no se suelen sentar muy bien el uno al otro. Son la pareja tóxica por excelencia. Los premios son algo así como el terapeuta de la pareja, el encargado de hacerles entenderse, para mal o para bien. El mejor ejemplo de ello lo tenemos este 2025 con The Brutalist, que se estrena en España el 24 de enero.
Estrenada en diciembre en Estados Unidos y tras su aclamado paso por el Festival de Venecia (donde ganó el Premio a Mejor Director y el FIPRESCI de la crítica), la producción de A24 no rindió bien en taquilla. Era algo evidente, de cajón. Hablamos de una película de un director poco conocido con dos estrellas como Adrien Brody y Felicity Jones que, si bien tienen prestigio, no son Zendaya ni Chalamet, ni Brad Pitt y Angelina Jolie. La historia trata sobre un arquitecto judío de estilo brutalista que llega a Estados Unidos tras la II Guerra Mundial y, bueno, intenta trabajar como y donde puede. Es una historia, además, totalmente ficticia que no le da pie al espectador a interesarse por la figura del protagonista en la vida real. Encima, por si todo esto fuera poco, la película dura casi 4 horas y cuenta con un intermedio en cines de 15 minutos de reloj.
Cuando alguien se pregunte por qué la joven productora A24 no para de ganar premios y sorprender con sus películas año tras año en Hollywood, solo habrá que decirle que alguien, no se sabe cómo, aprobó esta producción. A24 tiene la película del año, sin duda, la ganadora del Oscar de calle, y es que no hay una cosa semejante entre las floridas nominadas. El problema será ver si los premios hacen su trabajo y llevan el dinero al arte que se lo merece. Para eso están, o deberían estar, los Premios Oscar. Pero no estamos aquí solo para decir que, aunque nos gusten Emilia Pérez, Wicked o, sobre todo, Anora y La sustancia, sepamos que cualquiera con un par de ojos y cuatro horas de tiempo dará como ganadora a The Brutalist. Lo que intentamos es decir por qué.
Podríamos empezar por Adrien Brody y la que es su mejor interpretación. Y sí, lo decimos recordando El pianista. Su personaje aquí es más complejo, más antipático, más humano, más débil, más genial. Está tan arrebatador como un reparto secundario inspiradísimo, y es que Guy Pearce y Felicity Jones también firman su interpretación más poderosa hasta la fecha. Incluso la presencia casi muda de Raffey Cassidy es fascinante. Sin embargo, The Brutalist va más allá de sus interpretaciones, va más allá de su poco vendible historia, incluso va más allá de sus temas más interesantes como pueden ser la inmigración, el Holocausto, la creación de Israel o el abuso sexual y capitalista. The Brutalist parece ser una película que ha recordado cómo era eso de ser cine antes que cualquier otra cosa. Da pena, de hecho, pensar que algún día veremos esta película en nuestra televisión, y eso es algo que no podemos decir de ninguna película de este año, ni del pasado, ni… No nos obliguéis a hacer memoria.
Rodada en VistaVision de 70 mm, The Brutalist es una película de 26 bobinas de duración que nos recuerda que la imagen analógica todavía supera de muy lejos en calidad, impresión, tacto y viveza a la digital, impuesta como regla uniforme. Pero The Brutalist no destaca solo por un aspecto visual que, aunque afecte a todos los espectadores de manera inconsciente, lo hará solo consciente para los cuatro frikis del cine entre los que me encuentro. No, The Brutalist es una película en la que lo que impresiona siempre es la dirección. Y, de nuevo, no hablamos aquí de imágenes de autor a lo Wes Anderson o Kubrick, tampoco de florituras narrativas a lo Nolan o de planos secuencia espectaculares como Mendez. The Brutalist es siempre un pulso épico para crear una historia grande que lo es porque vive en la pantalla.
Dividida en dos grandes mitades y un pequeño epílogo, The Brutalist utiliza el estilo de arquitectura brutalista de su protagonista, así como su imagen en inmenso celuloide, para dejar muy claro, de manera tan discursiva como emocional, que quiere ser eterna. La película es una epopeya que, en realidad, cuenta una pequeña historia. Pero lo hace como si quisiera y pudiera cambiar el mundo. Es un acto de valentía que hace que esta película se sienta como un icono, como un clásico, desde su primera escena. The Brutalist no es una película más, y para remitirnos a sus sensaciones, que no solo a su argumento, dan ganas de pensar en Érase una vez en América, en Pozos de ambición, en Novecento, en La puerta del cielo, en Avaricia, en Intolerancia… Películas gigantes, suicidas, ruinas económicas que nos llegaron a trozos, pero que hoy siguen y siempre seguirán al igual que lo harán esos edificios inamovibles que pueblan la película y contagian, misterios del arte cinematográfico, cada imagen y cada plano de The Brutalist como columnas de mármol blanco entre paredes de hormigón.
The Brutalist puede ser un certero retrato sobre la inmigración, sobre el abuso de los poderosos y sobre la creación artística, pero su mayor argumento es otro. Es esa autoridad absoluta, entera, de plantarse frente a ti en pantalla. Esa olvidada e indescriptible capacidad para ser, desde el principio hasta el final, un monumento hecho para siempre, ni para la taquilla de su semana de estreno, ni para los premios de meses después, ni para las revisiones cinéfilas de dentro de 20 años; para siempre. The Brutalist manda al dinero a dormir al sofá.