Más de sesenta obras mayores de las colecciones de pintura barroca flamenca del Museo del Prado pasarán este verano en CaixaForum Barcelona, con motivo de la sexta muestra que esta institución programa en la capital catalana en colaboración con la pinacoteca madrileña.
Bajo el comisariado de José Juan Pérez Preciado, técnico de museos del Área de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte en el Prado, plantea este proyecto un recorrido temático por piezas de maestros como Van Dyck, Jordaens o Brueghel, y sobre todo de Rubens, que no fue solo artista sino también erudito, conoció muy a fondo la Antigüedad y la filosofía estoica y, dada su buena capacidad oratoria y su conocimiento de idiomas, pudo acceder a diferentes cortes europeas a lo largo de su andadura.
Capaz de dotar a sus composiciones de una expresividad violenta y sensual no igualada, tuvo mucho que ver con la renovación de los cánones artísticos en esa región de Flandes en el siglo XVII: fueron muchos quienes trataron de emularlo.
Además de pinturas, en algún caso de formatos imponentes y recientemente restauradas (hasta Barcelona ha viajado el anhelado Juicio de Paris), se han trasladado a CaixaForum grabados, dibujos, marfiles, objetos de plata y libros menos conocidos que permitirán al público profundizar en el conocimiento de las inquietudes estéticas de este momento.
Como en la reciente exhibición sobre el taller de Rubens en Madrid, se ha recreado aquí el estudio del pintor, introduciendo a los espectadores en su ambiente de trabajo, y se repasa en una primera sección su afán por estudiar y copiar obras de artistas del pasado, tanto de la Antigüedad como del Renacimiento y de la tradición local flamenca, que en algún caso modificaba, como si quisiera mejorarlas. Incluso incorporaba a sus pinturas algunas esculturas de otros tiempos.
Inmenso dibujante, se empleó en tapices, obras de arquitectura, portadas de publicaciones y decoraciones efímeras para ceremonias, siempre desde una perspectiva erudita y desde la imaginación. Su curiosidad lo llevó a coleccionar todo tipo de piezas en su visitada casa taller en Amberes. En Barcelona se exhibe La muerte de Séneca, donde muestra al filósofo suicidándose mientras sus discípulos toman notas de sus últimas palabras; se basa, justamente, en la cara de una escultura antigua que representa a un pescador.
En su fundamental viaje a Italia estudió a los maestros del Renacimiento, como Rafael, Tiziano y también Leonardo. De hecho, dibujó La batalla de Anghiari, a la que Da Vinci dedicó un fresco en el Palazzo Vecchio florentino, hoy desaparecido: él nos ha proporcionado cierto acercamiento a la obra.
En el segundo apartado, “Pasiones divinas”, se bucea en varios temas habituales en la pintura barroca flamenca, como la mitología clásica. Es aquí donde saldrán a nuestro encuentro El juicio de Paris, depurados ya los paños de las diosas; Diana y sus ninfas sorprendidas por sátiros, asunto en el que Rubens gustaba de mostrar personajes mitológicos disfrutando del amor y de la naturaleza; o El rapto de Europa, representación de otra de Las metamorfosis de Ovidio.
Otros artistas siguieron la senda de Rubens en su querencia por la mitología. Se pueden ver aquí Apolo vencedor de Pan, de Jaques Jordaens, y la sutil Danza de niños con el dios Pan, tallada en marfil por Lucas Faydherbe.
El tercer capítulo, “Imagen y Contrarreforma”, destaca al genio como renovador de la iconografía religiosa, después de que, a raíz de las guerras de religión de la segunda mitad del siglo XVI, buena parte del patrimonio religioso de los Países Bajos fuese destruido por los iconoclastas protestantes.
Rubens quedó al servicio de los nuevos ideales religiosos, que plasmó desde la tensión, procurando la emoción del espectador ante grandes cuadros de altar para iglesias y catedrales o de pequeñas pinturas para oratorios particulares, como Descanso en la huida a Egipto con santos, que perteneció a Carlos I de Inglaterra.
A Barcelona han llegado, asimismo, La Piedad de Anton Van Dyck, más sensual y menos violento que Rubens; o La Piedad de Jordaens, cuyo brazo muerto recuerda al Descendimiento de Van der Weyden en el Prado. De Jordaens contemplaremos igualmente Entierro de Cristo, en el que se valió de la técnica del dibujo con tintas, en contraste con la pictórica de aquella Piedad.
En representación de los grandes cuadros para altar se exhibe La matanza de los inocentes, realizada por Paulus Pontius a partir de una obra de Rubens, contrapuesta al dibujo La visión mística de Hermann-Joseph, del mismo artista, reproducción de una pintura de Van Dyck con una estética más devota, pero también atractiva.
Un cuarto episodio, “Mecenazgo y coleccionismo”, estudia cómo creció la cultura del coleccionismo en Flandes durante el Barroco. Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos, apreció el potencial del arte flamenco para proclamar la prosperidad de los territorios en los que gobernaba y Rubens y Jan Brueghel el Viejo, especializado en paisajes y temas de naturaleza muerta, participaron de esa causa. La colaboración entre los dos fue el germen de obras en las que la belleza plástica importaba tanto como el mensaje de excelencia cultural que se deseaba expandir, y algunos de estos trabajos tuvieron España como destino.
Contemplaremos el retrato de la infanta, colaboración de ambos, y la pieza de Brueghel el Viejo y Giulio Cesare Procaccini Guirnalda con la Virgen, el Niño y dos ángeles, probablemente encargada por Federico Borromeo, cardenal arzobispo de Milán e igualmente mecenas. Las representaciones de la Virgen rodeada de flores proliferaron entre los artistas flamencos de principios del siglo XVII como respuesta a la Reforma protestante.
La célebre La Vista y el Olfato, de Jan Brueghel el Viejo, Hendrick van Balen, Frans Francken II y otros, representa aquel nacimiento y auge del coleccionismo en los Países Bajos en ese periodo. Junto a su pareja, El Gusto, el Oído y el Tacto, fue enviada a la corte de Madrid, como réplicas de dos cuadros perdidos que el Ayuntamiento de Amberes regaló a los archiduques.
Y La visión de san Huberto, de Rubens y Brueghel el Viejo, muestra por su parte un tema específicamente flamenco con la historia de este santo, patrón de los Países Bajos que llevaba una vida disipada y se convirtió a la fe tras experimentar una epifanía cuando, entre las astas de un ciervo al que estaba a punto de dar caza, se le apareció una cruz.
La sección “Arte y poder” subraya el modo en que el arte flamenco se convirtió en herramienta de comunicación política. Es sabido que Rubens realizó retratos de los gobernantes de toda Europa que influyeron en artistas locales, y que ideó alegorías a la medida de los poderosos. Como él, otros pintores, grabadores, poetas y eruditos festejaron en sus creaciones las glorias militares y políticas de los príncipes europeos.
La obra más destacada de este ámbito es La Inmaculada Concepción del mismo Rubens, cuya devoción llegó a ser un asunto de Estado en nuestro país. Para el Retrato alegórico del conde-duque de Olivares, Rubens utilizó como modelo el que Velázquez hizo del valido, y no faltan las batallas: en Isabel Clara Eugenia en el sitio de Breda, de Peter Snayers, el artista plasma el asedio español a esa ciudad.
El cultivo del retrato y los estudios de la figura humana desde modelos tomados del natural, luego utilizados en los personajes de los cuadros, fueron habituales entre los artistas flamencos del Barroco. Además de buscarse la representación de los detalles físicos de los retratados y su personalidad, eran útiles con propósito propagandístico.
Hemos de fijarnos en María de Medici, reina de Francia, del propio Rubens, que incide en el poder político que tenía la retratada, igualmente plasmada por Frans Pourbus el Joven con severidad. Pero Anton van Dyck fue, probablemente, el gran retratista entre los flamencos; de él se puede contemplar El conde Hendrik van den Bergh, cerca del expresivo Tres músicos ambulantes, de Jordaens.
El apartado “La nobleza de la pintura” ahonda en la autorrepresentación de los artistas como personajes ilustres, ennoblecidos, paralela a la reivindicación del arte de la pintura como una labor noble y una actividad intelectual superior.
Destaca aquí La familia del pintor, lienzo en el que Jordaens se representa a sí mismo junto a los suyos como un burgués que ama la música y junto a una sirvienta que les trae fruta, o el sarcástico El mono pintor, de David Teniers, donde un mono con atributos de ese oficio recrea una idea dentro de su taller; el futuro cliente, con tocado de plumas, cadena de oro y bolsa a la cintura, observa su proceder.
“Dentro y fuera” profundiza, entretanto, en la representación del paisaje flamenco como género y como reflejo de cómo era la vida cotidiana en los Países Bajos, a través de piezas como Mercado y lavadero en Flandes, de Jan Brueghel el Viejo y Joost de Momper II. Las acciones diarias, como se sabe, fueron un motivo recurrente para los artistas de los Países Bajos desde finales del siglo XVI.
Por último, en la sección “Naturaleza viva, naturaleza muerta”, nos esperan escenas de cocina y bodegones, prolongación de un género que tuvo mucha fuerza en los Países Bajos a finales del siglo XVI. Tenemos que atender a Ciervo acosado por una jauría de perros, de Paul de Vos, que muestra la violencia de la caza; Frutero, de Frans Snyders, por su reflejo de la calidad táctil de frutas, objetos y animales; o Concierto de aves, de Jan Fyt, autor hábil también para captar las distintas texturas de los animales.
No hay sección de este recorrido que no constituya, en el fondo, un festín.
“Rubens y los artistas del Barroco flamenco”
Av. Francesc Ferrer i Guardia, 6-8
Barcelona
Del 29 de mayo al 21 de septiembre de 2025
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