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¿Quién quiere ser millonario… con jornada de 40 horas?

En el concurso ¿Quién quiere ser millonario?, los concursantes podían recurrir al “comodín de la llamada” cuando se enfrentaban a una pregunta difícil. Llamaban entonces a alguien de confianza para intentar seguir avanzando hacia el premio. Curiosamente, ese mismo patrón se repite cada vez que en España se propone una mejora en los derechos laborales, como ahora la reducción de la jornada a 37,5 horas semanales. Las grandes empresas, tan competitivas como rentables, activan su propio comodín y apelan a la “viabilidad” de las pymes. Alegan, con tono apocalíptico, que la medida será insostenible para el pequeño empresario. Pero lo que realmente intentan es desviar el foco y evitar cualquier redistribución justa de los beneficios que concentran en la cima de la cadena productiva.

Pero esta vez no cuela. Los beneficios empresariales han alcanzado niveles récord, con márgenes sobre ventas que han mejorado para todos los tamaños de empresa, desde las micro hasta las grandes. Según datos del Banco de España, las grandes empresas alcanzaron en 2023 un margen sobre el Valor Añadido Bruto (VAB) del 42% —un porcentaje que no solo evidencia rentabilidad, sino concentración de riqueza—. Pero lo realmente llamativo es que las microempresas han liderado el crecimiento en márgenes sobre ventas, superando incluso a las pequeñas y medianas (11,2% grandes, 23,5% medianas y 24,1% pequeñas).

Todas las empresas están ganando más. Si algunas pymes no lo hacen, no es por la jornada de 37,5 horas, ni por el SMI, sino por el modelo que imponen las grandes. En lugar de oponerse, deberían redistribuir mejor parte de sus excesivos beneficios hacia proveedores, distribuidores y autónomos. Que ASEDAS, patronal de las grandes distribuidoras, lidere el rechazo revela mucho: su modelo, basado en presionar hasta la extenuación a sus proveedores, no teme a la jornada reducida, sino a perder ese control. Un reparto más justo de la riqueza también debe llegar a todos.

La subida del SMI ya demostró que los malos augurios no se cumplieron: creció el empleo, el consumo y la productividad. Con la reducción de jornada pasará lo mismo, y no por fe, sino porque ya ocurre. Un estudio de UGT sobre convenios colectivos muestra que las 37,5 horas se aplican en todos los sectores en al menos en una provincia, sin importar el tamaño de la empresa. En Navarra, donde dominan las pymes, es la norma y lidera en productividad, salarios y empleo. Es decir: se puede.

Reducir la jornada no es un capricho, sino una medida justa y viable. En un contexto de beneficios empresariales récord y reparto desigual del valor, negar mejoras laborales es inaceptable. A veces, la explotación empieza por los que aspiran a sentarse a la mesa de la patronal: se trasladan las tensiones de arriba hacia abajo, desde las grandes empresas hacia las pequeñas —a las que también se les hurta su parte del beneficio generado—, y desde estas, finalmente, hacia las personas trabajadoras. Romper esa cadena es urgente. Y la mejor manera de empezar es devolviendo al tiempo su valor, y a la jornada laboral su dignidad.

¿Quién quiere ser millonario? Que lo sea. Pero no a costa del tiempo y la vida de los demás.