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Mar de plástico: un estudio global de los océanos mide miles de micropartículas hasta en la fosa de las Marianas

El plástico es como el aire. Vital para las sociedades modernas, está en todas partes. Pero al acabar su vida útil, a medida que el sol, el viento y la erosión lo van empequeñeciendo, acaba en el mar. Su supuesta flotabilidad, reforzada por algunos estudios, hacía creer que el mayor problema estaba en la superficie. Pero un nuevo trabajo publicado en Nature se ha apoyado en centenares de estaciones de muestreo colocadas a distintas profundidades para mostrar que los microplásticos ya son omnipresentes: están en las playas, en alta mar, y desde la superficie hasta lo más profundo del océano. Los investigadores han descubierto también que el carbono presente en estos polímeros se está incorporando al ciclo del carbono de origen natural con consecuencias que aún no logran imaginar.

Son centenares los estudios que se han hecho sobre la presencia de microplasticos en los mares. Ahora, un grupo de investigadores de cuatro continentes ha reunido más de 1.200 de estos trabajos para revisar sus resultados y completar con ellos su propia investigación. Encontraron una gran variabilidad en los resultados, pero la mayoría de los trabajos se hicieron con redes de arrastre superficiales y muy pocos han investigado la presencia del plástico en toda la columna de agua. Es lo que han hecho ellos, con casi 2.000 estaciones a distintas profundidades que han recogido datos desde hace una década. Así pudieron validar sus modelos para estimar cuánto plástico hay en el mar y dónde se acumula.

“Clasificamos los microplásticos en dos categorías, pequeños (1–100 µm) y grandes (100–5000 µm), siendo los microplásticos pequeños los que predominan numéricamente», cuenta en un correo Shiye Zhao, investigador de la Agencia Japonesa de Ciencia y Tecnología del Mar y la Tierra. Los valores (µm) se refieren a micrómetros o micras, la milésima parte de un milímetro. “Debido a su diminuto tamaño, los pequeños se hunden muy lentamente y tienden a distribuirse de forma más uniforme en la columna de agua en comparación con los macroplásticos y los microplásticos más grandes”, añade. De hecho, han observado que los trozos más grandes se acumulan en la superficie y en los fondos de los mares, mientras los de tamaño más reducido se ven menos afectados por las barreras físicas oceánicas. “Como resultado, los microplásticos pequeños permanecen suspendidos durante más tiempo en la columna de agua, lo que aumenta la probabilidad de exposición biológica”, completa Zhao.

Por zonas del mar, los autores han encontrado una gran variabilidad. Pero destacan las plataformas continentales, donde han medido una mediana de 500 partículas por metro cúbico (m³), 30 veces más que en alta mar (16/m³). Lo consideran lógico, ya que están más cerca de las fuentes del problema. Sin embargo, en las costas se produce un descenso radical de hasta 1.000 veces a medida que aumenta la profundidad hasta repuntar ya en los fondos. “La marcada disminución de los microplásticos probablemente se deba a la alta productividad mineral y biológica en las aguas costeras, que acelera el hundimiento de los microplásticos agregados”, sostiene Zhao. “Las diatomeas, abundantes en los ecosistemas costeros, producen frústulas silíceas [capas celulares] que suelen encontrarse en la superficie de los microplásticos, lo que aumenta su lastre y facilita su hundimiento”, añade. Este y otros procesos, como la precipitación de la calcita, “favorecen el transporte vertical de los microplásticos en aguas costeras”, termina.

En alta mar, este estudio confirma la acumulación de grandes cantidades de microplásticos en los giros oceánicos. En estas grandes corrientes rotatorias, como el Giro Subtropical del Pacífico Norte o el del Atlántico Sur, se acumulan cantidades de varios centenares de trocitos de plástico por metro cúbico. Pero esa es la mediana, algunas estaciones han recogido más de 10.000, aunque no producen las llamadas islas de plástico.

“Las islas de plástico no existen. Si viajamos a las zonas de convergencia de los giros subtropicales, donde están estas famosas islas, no vas a ver nada. Posiblemente, se vean más botellas, bolsas y otros plásticos con mayor flotabilidad, pero no vas a ver masas acumuladas de plásticos”, destaca Patricia Villarrubia Gómez, experta en contaminación plástica y los impactos de la plastisfera del Centro de Resiliencia de Estocolmo (Suecia). “La situación es suficientemente mala como para no necesitar exageraciones”, añade. Además, dice, estas metáforas desvían la conversación. “Los plásticos están hechos de combustibles fósiles y químicos peligrosos para la salud (también procedentes de los combustibles fósiles). Y la única manera real, desde una perspectiva científica (sistémica), de abordar la contaminación por microplásticos y plásticos de todos los tamaños, es reducir significativamente su producción”, sostiene Villarrubia, que no ha intervenido en este estudio.

La presencia a distintas profundidades no sigue una progresión como la vista en las costas. Así, han encontrado 1.100 partículas/m³ entre los 100 metros (hasta donde llega la acción de la radiación solar) y los 270 metros en una línea imaginaria que va de norte a sur en el Atlántico. También se han medido más de 2.500 microplásticos en el Ártico y hasta 13.500 a 6.800 metros de profundidad, en el inicio de la fosa de las Marianas, en el Pacífico. En esta distribución irregular del plástico intervienen las llamadas picnoclinas, capas de la columna de agua con mayor densidad debido bien a la temperatura, bien a la mayor concentración de sal o bien a una combinación de ambas. Los microplásticos más grandes pueden quedar atrapados en estas zonas. La concentración mediana en toda la columna de agua es de 205 trozos de plástico por metro cúbico.

Este trabajo ha encontrado polímeros con hasta 56 formulaciones diferentes. Aunque la industria ha ideado centenares de formas de agrupar monómeros (moléculas), la inmensa mayoría de los microplásticos proceden de siete tipos de polímeros, como el polietileno o el poliestireno, todos presentes en el mar. En estas largas cadenas químicas puede haber presencia de cerca de 16.000 productos químicos diferentes, pero hay un elemento químico que se repite, el carbono de origen fósil. El estudio de las profundidades ha descubierto que hasta el 5% del carbono presente ya es de origen plástico.

Aron Stubbins investiga el ciclo del carbono en la Universidad Northeastern (Estados Unidos). La circulación de este elemento está en la base de la vida y el plástico podría estar alterándolo. “La situación es similar a la de la salud humana: estamos descubriendo rápidamente que los plásticos están presentes en nuestra sangre, cerebro y en los recién nacidos. Sin embargo, aún no somos plenamente conscientes de los problemas de salud que causa nuestra exposición a ellos”, recuerda Stubbins, autor sénior del estudio publicado en Nature. “En los océanos, también estamos descubriendo la extensión de los plásticos. A medida que tomamos conciencia de su prevalencia, comenzamos a considerar su posible impacto en la vida y el ciclo del carbono en el mar”, añade. Su laboratorio ya ha recibido financiación para estudiarlo.

En un estudio publicado en 2024, Stubbins y otros colegas analizaron este posible impacto en la llamada nieve marina. “El término se refiere a las partículas de carbono orgánico producidas por la vida en la superficie del océano y que se hunden en las profundidades oceánicas, transportando carbono a las profundidades y alejándolo de la atmósfera”, detalla. Pero al mezclarse con la de origen plástico, se hunde más lentamente que la no contaminada. “Por lo tanto, la incorporación de plásticos a la nieve marina ralentiza el flujo de carbono hacia las profundidades oceánicas, lo que reduce la capacidad del océano para capturar el dióxido de carbono atmosférico y compensar el cambio climático causado por el ser humano”, termina.

Los autores ya han cifrado otro impacto que va a complicarle la vida a los científicos. La principal herramienta de datación del pasado, ya sea de yacimientos arqueológicos o procesos naturales, es el carbono-14. Pero la aportación de carbono plástico está alterando la ratio de este elemento radiactivo, confundiendo a este reloj natural hasta en 400 años, por ahora.

Como recuerda Andrés Cózar, que estudia la contaminación plástica en la Universidad de Cádiz, “durante años, la narrativa sobre la contaminación del océano por plásticos se ha centrado principalmente en las playas y en las extensas zonas de acumulación que se forman en la superficie de los océanos”. Pero este nuevo trabajo, “amplía nuestra comprensión del problema, confirmando definitivamente que el quebradero de cabeza del plástico no termina en la superficie del océano”.

Su lamento sobre los ecosistemas del océano más profundo ahora se apoya en datos: “Los microplásticos flotantes no permanecen a flote, sino que se están infiltrando hacia el interior del océano, alcanzando profundidades superiores a los 2.000 metros. Por debajo de los 1.000 metros, entramos en lo que se conoce como el estrato batipelágico del océano, una capa de agua en principio bastante desconectada del resto del planeta. Allí, el agua no se renueva hasta que trascurren centenares de años, incluso milenios. Pues bien, ya tenemos allí nuestro legado. En las condiciones de oscuridad y temperatura de las profundidades del océano, los microplásticos serán prácticamente eternos”.