La expedición del Paris Saint-Germain desembarcó ayer en Múnich con una pesada carga de nervios. Directivos y jugadores se bajaron del avión preocupados en un clima de inquietud general que solo encuentra una excepción. Luis Enrique, el entrenador, bromea, se ríe. El asturiano disfruta de la tensión que se acumula antes de la final que le enfrentará al Inter de Milán, este sábado en el Allianz Arena (21:00 horas, Movistar). Afronta la culminación de su gran obra con una serenidad que tiene perplejos a todos los que le rodean. Es un caso aparte.
“Una de las claves del partido será controlar las emociones”, admitió Dembélé, después del último entrenamiento, visiblemente reflexivo y responsabilizado ante una avalancha que amenaza con agarrotarlo a él y a sus compañeros. “He soñado con jugar esta final desde muy niño”.
La ansiedad se transmite desde las calles, donde los hinchas franceses, optimistas por naturaleza, inclinados a la euforia, cuentan con ganar la primera Champions de la historia del club. Después de vencer al City, al Liverpool, al Aston Villa y al Arsenal con un despliegue abrumador de fútbol que tiene admirados a los aficionados de toda Europa, el último rival solo inspira confianza en la multitud. El Inter, amalgama de jugadores desechados por el mercado, inspira la máxima certeza entre los acólitos y los medios de comunicación franceses que no solo proclaman su favoritismo. Dan prácticamente por hecho que están a punto de culminar la búsqueda iniciada desde que el fondo soberano de Qatar compró el club en 2011 y no dejó de invertir cantidades récord para alcanzar un título que parecía inaccesible. Como dijo una persona de confianza de los cataríes: “Solo podemos perder”.
El sentimiento de fatalidad está tan extendido, que en el seno del vestuario los veteranos como Marquinhos solo ven caras asustadas, muchachos inexpertos bajo presión, chicos que pisan el umbral de la gloria y que encuentran dificultades para gestionar las expectativas generadas. La situación preocupa al director deportivo, Luis Campos, al presidente, Nasser al-Khelaifi, y al propio emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad al Thani, dueño del club y verdadero fanático del fútbol. Se lo han advertido a Luis Enrique, para que intente estabilizar los sentimientos de una plantilla sobrecargada de responsabilidad que se imagina un partido en el que monopolizará el balón frente a un adversario emboscado a la espera del zarpazo.
“Tenemos que estar tranquilos”, repite Luis Enrique a los jugadores, “se puede ganar o perder. No pasa nada. Nosotros solo tenemos que preocuparnos de jugar como lo hacemos siempre”. Las personas que conviven con el equipo a diario indican que el técnico insiste en las leyes básicas de una doctrina cuyo principio es la inyección de agresividad. Les dice a los futbolistas que no deben tener miedo a arriesgar pases interiores, que no duden cuando salten a presionar al hombre, que no teman perder la pelota porque entre todos lucharán para recuperarla, y que será inevitable que alguna vez el Inter salga a la contra de su presumible bloque bajo. Nada será más peligroso que entrar al campo angustiados y bajar el ritmo de pelota con tal de evitar las contras del Inter. Si lo hacen, avisa, la final se pondrá al 50%. En cambio, si juegan como jugaron contra el Arsenal o el Aston Villa, les asegura que de diez partidos contra el Inter ganarían siete.
“Me motiva hacer historia en París”
“Luis ha trabajado el aspecto emocional para que sepamos llevar el partido a donde se muestran nuestros puntos fuertes”, dijo Marquinhos este viernes. “Esta semana [el técnico] ha hablado muchísimo con nosotros. Creo que estamos preparados para cualquier cosa”.
Luis Enrique se pronunció con mucho aplomo en la conferencia que ofreció en Múnich. “Mi mayor motivación es hacer historia en París”, dijo. “Darle alegría a la ciudad y a la afición. Ser los primeros en ganar este trofeo para ellos. Por lo demás, lo intento vivir con la tranquilidad de ser diez años mayor, con diez años más de experiencia que en la primera final que dirigí. Intento transmitirles a los jugadores la bonita oportunidad que se les presenta de hacer algo que no ha hecho nadie en París, sin que esa situación nos supere. Nos avala nuestro recorrido desde septiembre: ha sido muy duro, muy difícil, y eso ahora mismo es una ventaja para nosotros”.
La serenidad de Luis Enrique inspira curiosidad y fascinación a los dueños y a los empleados del PSG. Algunos lo atribuyen a su famosa adicción a la adrenalina. Si hay algo que le exaspera son las mesetas de tedio y complacencia. Otros señalan que es la nueva filosofía de vida de un hombre que, tras el fallecimiento de su hija Xana en 2019, relativiza las contingencias del fútbol como algo superfluo. Nadie duda de su liderazgo. A sus 55 años, tras conducir al Barça a la conquista de la Champions en 2015, el hombre se comporta como alguien que ya conoció los valles y los picos de la vida en todas sus dimensiones.
Objetivo: 500 millones de euros más
Después de dos años de observación, Al-Khelaifi está convencido de que si hay alguien capacitado para realizar el sueño su empresa es Luis Enrique. Lo comentan los responsables económicos del PSG. Si levantan la Copa de Europa lo harán del modo más valioso que existe: consagrando con el éxito una exhibición de juego que ha convertido a París, con todo su simbolismo de ciudad mágica, en una referencia del fútbol emocionante. No es lo mismo ganar que hacerlo despertando el interés de las audiencias globales y esto es lo más complicado. Se traduce en patrocinios, derechos de imagen multiplicados y riqueza. Así obra en los informes de los asesores de Al Khelaifi: el PSG ha eliminado de la competición al Arsenal, el Liverpool y el Aston Villa, los equipos que más garantías competitivas ofrecían, según las principales consultoras, desde Deloitte a KPN. Si además de alzar la Champions este verano conquistan el Mundial de Clubes, los dirigentes estiman que sumarán 500 millones de euros extra a la facturación hasta 2030 y por el camino superarán al Real Madrid como el club con más ingresos del planeta.
La gran paradoja es alcanzar la cima sin Ibrahimovic, ni Neymar, ni Mbappé, ni Messi, la constelación que produjo la visión fallida del emir, sino a través del juego dinámico de combinación que conducen unos centrocampistas que muy pocos vieron venir. Lo afirman desde la secretaría técnica del PSG: el futbolista más importante es Vitor Ferreira, Vitinha. El mismo que, tras eliminar al Arsenal, al oír que lo postulaban para ganar el Balón de Oro replicó: “¡Que se lo den a Dembélé!”.
Apenas conocido hace un par de años, descartado por el Wolverhampton como mediapunta, consagrado como pivote en París con solo 25 años, hoy Vitinha es el timón. De su lucidez dependerá el destino de una final que, tal y como indican desde el entono del club, podría sorprender muy fríos a unos jugadores que no compiten al máximo nivel desde que eliminaron al Arsenal el 7 de mayo. Luis Enrique estima que nadie está más capacitado para infundir tranquilidad repartiendo el juego en el momento exacto, imprimir el ritmo justo y habilitar a delanteros que no destacan especialmente por su ambición de gol en la difícil tarea de encontrar espacios en el búnker de Acerbi.
El PSG se aferra a la doctrina del ataque masivo del imperturbable Luis Enrique y Luis Enrique se encomienda a Vitinha para que libere la tensión de una plantilla ansiosa por convertir a París, por fin, en capital mundial del fútbol de clubes.