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Las familias de los desaparecidos de la dana: «Sin la declaración de fallecimiento, los hijos de Eli están en un limbo legal»

Son las 12.00 horas del 31 de octubre de 2024. Dos días después de la dana, Ernesto Martínez, de 62 años, desconoce aún el alcance de la tragedia. Sin luz ni cobertura, no puede encender el televisor ni la radio ni consultar las noticias en el móvil. «Yo pensaba que había sido una gota fría más», dice.

Un vecino le ha contado que en la rotonda de La Canaleja, en Chiva, la localidad donde reside -en la parte baja, la menos afectada-, hay red móvil. Y hasta allí se ido tras conseguir que una amiga que vive cerca de la residencia de ancianos y del ambulatorio -tienen generadores, no se pueden quedar sin luz por los respiradores, por ejemplo- le cargue algo la batería del teléfono.

«Había como 300 personas en la rotonda. Enciendo el móvil y ‘tu-tu-tu-tu-tu…’. No sé si tenía cuatro mil mensajes y pico de WhatsApp y más de 300 llamadas perdidas». Una de sus hermanas le había dejado un audio en el buzón de voz: «La Elvi y la Eli se fueron a La Carreta y no han vuelto».

La Elvi y la Eli son Elvira Martínez Alfaro, de 61 años, y su única hija, Elisabet Gil Martínez, de 38, hermana y sobrina de Ernesto. La Carreta es el hotel de Cheste donde ambas trabajaban como camareras de piso. Elvira, la madre, había hecho el turno de mañana. La hija entraba a las 17.00 horas y, puesto que no tiene carné de conducir, Elvira la llevaba en su Ford Focus negro matrícula 9964 DHJ.

El cuerpo de Elvira se recuperó el 10 de noviembre a 10 kilómetros de donde desapareció. A su hija aún se la está buscando. Damos los datos vehículo en que viajaban con tanta precisión porque el coche aún no ha aparecido y Ernesto está convencido de que su sobrina está dentro.

Antes de que la riada las arrastrara, Elisabet grabó dos vídeos y se los envió a su jefe para avisarle de que no iba a poder llegar al trabajo. Se habían quedado paradas, con el agua ya subiendo muy rápido, en la zona de atrás del circuito Ricardo Tormo de Cheste, en la parte más profunda del barranco de Sechara.

«En el primer vídeo que Eli envió se ve la matrícula del vehículo que estaba delante. Buscamos al conductor y nos dijo que él se salvó porque, cuando el coche comenzó a culear, aceleró y consiguió tirar dos metros para adelante y salir de la vaguada. El coche de ellas fue el primero que se llevó el agua. Detrás iban los empresarios fallecidos, tres en un coche y el cuarto en otro. Se sabe por las últimas posiciones de los móviles», explica Ernesto.

Sentada enfrente de él, en la cafetería de un hotel valenciano donde los hemos convocado, escucha atentamente el relato Saray Ruiz, peluquera, 32 años, hija de otro desaparecido de la dana, Francisco Ruiz Martínez, de 64. La joven reside en la localidad de Montserrat, está separada, y tiene dos hijos, Alejandro, de 10 años, y Ruth, de 5. Los ha estado criando con la ayuda de su padre, el desaparecido.

Los niños van al colegio en Montroy, el pueblo donde reside el abuelo, que los recoge y los lleva a casa de Saray cuando ésta acaba su jornada laboral. «Ese día, a las siete de la mañana me llegó un mensaje de que se suspendían las clases. Mi padre vino a por los chiquillos a las 12.00 porque yo me tenía que ir a trabajar a la peluquería, que está en Torrente», comienza Saray a contar la historia de lo que le pasó a Francisco.

«A las 16.30 mi jefa me dijo: ‘Vete a casa, que esto se está poniendo feo’. Allí llovía poquito pero llegando a Montserrat el agua alcanzaba ya media rueda del coche. Cuando llegué, le envié un audio a mi padre: ‘No se te ocurra salir de casa’. Pero ya no había internet, ya no llegaba nada».

Sin posibilidad de comunicarse con él, Saray se puso en lo mejor. Su padre y los niños estarían a salvo, bajo techo en Montroy, pensó. «No supe lo ocurrido hasta que a las once de la noche la Policía me trajo a los niños«, cuenta. La pequeña Ruth, de cinco años, lo soltó de golpe: «El yayo se ha muerto; se ha resbalado y se lo ha llevado la corriente», dijo.

-¿Y mi madre, que es dependiente y está sola en el chalé en Montroy? -preguntó Saray a los agentes-.

-La prioridad es encontrar a tu padre -contestaron.

La madre, María Ángeles, de 60 años, en silla de ruedas entonces por una rotura de cadera -ya usa el andador-, y dependiente por tener un 21% de capacidad pulmonar, vivía también ajena a la desgracia. Creía que su marido y los nietos habrían llegado a la casa de Saray.

El reencuentro entre madre e hija se produjo al día siguiente. Saray tuvo que recorrer caminando los 3,5 kilómetros que separan Montserrat de Montroy y darle a su madre, a la que encontró bien, la mala noticia.

Búsqueda de los tres desaparecidos el 19 de enero, en Chiva.ANA ESCOBAREFE

La reconstrucción de lo que le sucedió a Francisco Ruiz, Paco, arranca a las 18.00 horas del 29 de octubre de 2024, cuando subió a sus nietos en el coche con la intención de devolvérselos a Saray. En el corto recorrido – 3,5 kilómetros, ya se ha dicho- les pilló la riada.

«El coche golpeó contra una señal de stop y luego se quedó encastrado en una palmera. Intentaron romper el cristal del coche dándole patadas y golpes con el teléfono. El móvil de mi padre apareció roto de dar golpes con él. Al final, lograron salir por la ventanilla de atrás, que tiene manivela, y se subieron en el techo del coche», cuenta Saray. «Pienso que mis hijos se salvaron porque el mayor se quedó apoyado de espaldas a la palmera y la niña se agarró».

Saray recabó más detalles gracias al testimonio de los trabajadores de la empresa Abuc, que se encontraban enfrente y lo vieron todo. Francisco y los niños aguantaron unas dos horas subidos en el coche. «Me contaron que intentaron socorrerlos, pero que no hubo manera. De vez en cuando los iluminaban con los faros de una furgoneta y en una de esas ya sólo estaban los chiquillos«, dice Saray. «Un chico los recogió cuando el agua bajó, se los llevó a su casa y les puso ropa seca».

Falta en este encuentro la familia del tercer desaparecido, José Javier Vicent Fas, de 56 años. Residente en Valencia capital, estaba pasando el día con su hija Susana, de 30 años y con síndrome de Down, en la casa de campo que la familia tiene en Pedralba. El cadáver de la joven se halló el 8 de noviembre en El Saler, a unos 50 kilómetros.

La esposa de José Javier, Susana Vidal, ha estado siempre disponible para los medios de comunicación. Pero cuando intentamos contactarla para convocarla a ella también a la cita no coge el teléfono ni contesta a los WhatsApp. Sospechamos que puede haber desfallecido psicológicamente. Y así es. «Yo he hablado con ella y está mal. Date cuenta que ha pasado de tener una hija y un marido a quedarse sola», explica Ernesto.

-¿Y vosotros?, ¿cómo hacéis para mantener la entereza? preguntamos.

Ernesto, que ha entrado en el hotel cojeando visiblemente, achaca su estabilidad mental al curtimiento al que lo ha obligado la vida desde bien pequeño. «Desde que a los seis meses de edad sufrí polio, estoy reconstruyéndome y reiventándome. No comencé a andar hasta los cuatro años. ¿Por qué soy fuerte? Porque me ha tocado serlo. Un golpe, otro golpe, otro golpe, al final la piel se hace dura».

-Mi vida también ha sido complicada y, como dice Ernesto, a base de palos te sale piel de cocodrilo -interviene Saray.

-Soy fuerte no por los que se han ido, que por ellos no podemos hacer nada más, sólo podemos hacerles justicia. Soy fuerte por los que están, por mis sobrinos. Necesitamos la declaración de fallecimiento porque se encuentran en un limbo legal y no pueden ejercer sus derechos.

Se refiere Ernesto a los dos hijos de la desaparecida Elisabet, Iván, de 19 años, y Valeria, de 4. Al no haberse hallado el cuerpo, a su madre no se la ha dado aún por fallecida y ellos no han sido reconocidos oficialmente como huérfanos. No tienen acceso, por ejemplo, a la indemnización de 72.000 euros que se otorga a las familias de las víctimas mortales ni a la prestación que les corresponderían por la orfandad.

En el caso de Saray, su madre no puede gestionar el cobro de una pensión de viudedad ni cambiar de titular la ayuda a la dependencia que recibe, que está a nombre de su cuidador, el desaparecido Francisco.

El artículo 193 del Código Civil recoge los plazos a partir de los que se puede solicitar la declaración de fallecimiento de un ausente. Son 10 años como norma general -cinco si el desaparecido es mayor de 75 años-; un año en caso de «violencia contra la vida» -conflictos armados, actos terroristas, desapariciones forzadas- y tres meses si a la persona se le ha perdido el rastro en «un siniestro»: un terremoto, un incendio o una riada como la que provocó la dana.

A partir de este miércoles 29, por tanto, al cumplirse tres meses de la gota fría más fuerte de la que se tiene constancia, las familias de Elisabet, Francisco y José Javier podrán solicitar que se les declare fallecidos. Ernesto y Saray así lo harán.

José Javier (aún desaparecido) y su hija Susana, hallada muerta.E. M.

Les preguntamos a ambos por el estado psicológico de los menores directamente involucrados en la tragedia: los dos hijos que deja Elisabet y los dos que tiene Saray, quienes vivieron la traumática experiencia de ver cómo el agua se llevaba al abuelo.

La atención que han recibido difiere de unos a otros. «A nosotros sí nos han puesto asistencia», cuenta Ernesto. «En el ambulatorio de Cheste tenemos psicólogo a nuestra disposición. Mi sobrino está yendo y yo también». Iván, de 19 años, ha aparcado el grado medio de Informática que estaba cursando mientras digiere el trance, bajo la promesa de que retomará los estudios.

Ni a Saray ni a sus hijos, sin embargo, se les ha ofrecido la atención de un psicólogo. «Desde el hospital nos llamaron porque estaban dando ayuda a los niños víctimas de la dana y pensé que sería ayuda psicológica, pero era para darles un Lego«, cuenta. «Y la psicóloga del colegio dice que los ve jugar e interactuar con los demás con normalidad, que hay que esperar porque, como no hemos encontrado a mi padre, no hemos podido hacer el duelo. La mente no cree lo que no ve. A lo mejor, una vez encontrado y enterrado, fluye todo»». El hijo mayor, Alejandro -10 años-, no habla de lo sucedido y si su hermana pequeña saca el tema la corta rápido: «No te quedes con lo malo».

Se ha sentido Saray también abandonada por las autoridades. Ningún político -ni local, ni autonómico, ni del Gobierno central- se puso en contacto con ella hasta que elevó la voz en la manifestación del pasado 29 de diciembre, la tercera que se celebraba para pedir responsabilidades políticas. «Después nos llamó Pilar Bernabé [la delegada del Gobierno] para que nos viéramos, pero no era posible a las horas que nos decían y, además, para mí llegaba tarde».

Tanto ella como Ernesto son muy críticos con la gestión política de la tragedia, sobre todo con el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón. «El día 24 él ya tenía los datos de la AEMET de que venía una dana y de que era más fuerte lo normal. Si hubiera puesto los medios se hubieran evitado muchas muertes y a eso nos agarramos las familias», dice Ernesto.

Tanto él como Saray forman parte de las 150 familias que se han unido bajo el paraguas de la asociación SOS Desaparecidos para presentar una querella contra las administraciones locales, el gobierno autonómico y el central por la gestión de la dana.

-Los fallecidos son 226, ¿qué saben del resto de familias? ¿No van a querellarse?

-Hay gente que tiene posibles y han buscado sus abogados y van por libres. Otros no han tenido aún fuerzas para hacer nada -dice Ernesto.

Camino de Albal, donde se realizan las fotografías , Saray recibe la llamada de un teniente de la Guardia Civil, uno de los mandos al cargo de la búsqueda. «Nada, que sigue todo igual», dice cuando cuelga.