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La ofensiva comercial china

El retorno atronador de Donald Trump al poder extiende su efecto hipnótico hasta las cumbres nevadas de Davos, ocupando el centro de los debates. Pero la parálisis europea debería suscitar una inquietud mucho más inmediata, al menos desde el punto de vista de la economía española. Es complicado responder a los cambios globales, y a los que se avecinan, con presupuestos prorrogados o congelados como es el caso de Alemania y Francia, además de España.

Sobre todo, no parece haberse tomado en cuenta la magnitud de los desafíos, ni su origen. La anemia que padece la locomotora industrial centroeuropea, y que se evidencia con dos años sucesivos de caída del PIB de Alemania, precede la vuelta de Trump, y no se debe solo al shock energético o la guerra en Ucrania: hay que desplazarse más al este, hasta China, para completar el diagnóstico.

El gigante asiático está lejos de haber superado la explosión de la burbuja de crédito inmobiliario, de modo que su impacto negativo sobre la demanda interna está siendo más persistente de lo anticipado. Para compensar las presiones recesivas internas, y así cumplir con los férreos objetivos oficiales de crecimiento, las empresas chinas han emprendido, con el apoyo de su Gobierno, una conquista desenfrenada de los mercados de exportación. Europa figura en primera línea, por el tamaño de su mercado y por la multiplicación de barreras comerciales a que se enfrentan los exportadores asiáticos en EE UU, a la espera de las amenazas arancelarias proferidas por el nuevo presidente. Este auge exportador se visibiliza en el desequilibrio de los intercambios entre Europa y China: en el caso de España la balanza comercial arroja un déficit de 34.500 millones de euros (casi el doble que hace un lustro) y el agujero supera ya los 186.000 millones en el conjunto de la Unión Europea.

En segundo lugar, las empresas chinas, otra vez con un potente apoyo público, intentan desplazar la competencia extranjera en su menguante mercado interno. Esta política no solo acarrea una pérdida de terreno de los competidores europeos, contribuyendo al déficit comercial. También desorganiza las cadenas productivas en sectores clave como los bienes de equipo que habían subcontratado producción hacia el continente asiático.

El impacto en Europa es desigual, afectando a Alemania con especial ahínco, de ahí su persistente debilidad (el problema aflora, con retraso, en el debate público, a tenor de las declaraciones de uno de los candidatos acerca del riesgo de pérdidas de las inversiones en China). Los desajustes comerciales se perciben también en España, afectando principalmente nuestras exportaciones de bienes, cuya tendencia es decreciente desde hace más de dos años.

De momento el declive se está paliando con los buenos resultados de turismo y de servicios no turísticos, particularmente en nuestros intercambios con la UE, pero a largo plazo una menor cuota de mercado en el sector exterior de bienes supone un deterioro estructural al que deberíamos prestar atención. No olvidemos que el sector exterior ha sido uno de los principales protagonistas del buen momento que ha atravesado la economía española en el periodo reciente, aportando casi el 40% del crecimiento del PIB durante el último trienio, todo ello gracias al tirón, en parte irrepetible, de las exportaciones de servicios. No obstante, el consenso de Funcas anticipa que la contribución del sector exterior al crecimiento dejará de ser positiva este año.

El diagnóstico que se desprende apunta prioritariamente en dos direcciones. Uno, Europa dispone de instrumentos de política comercial para contrarrestar la proliferación de prácticas de comercio desleal. Dos, la profundización del mercado único europeo sería el principal antídoto ante la escalada del proteccionismo, pudiendo aportar grandes beneficios a la economía española, por su buen posicionamiento competitivo frente a los socios comunitarios. La buena noticia es que esta doble respuesta parece más factible que el giro copernicano preconizado por Draghi en su informe. La mala que, de momento, predomina la fragmentación.

Superávit

El superávit de los intercambios de España con la Unión Europa sigue aumentando, compensando la pérdida de terreno en los mercados extra-comunitarios. La balanza de bienes y servicios con la UE arroja un saldo positivo cercano a 80.000 millones de euros, el doble que antes de la pandemia. A la inversa, Bélgica, Francia, Italia, Portugal y las economías nórdicas muestran un déficit crónico o creciente en sus intercambios intra-comunitarios. Alemania, por parte, mantiene un excedente con la UE, pero su volumen se ha reducido a la mitad de lo que fue hace cinco años.