En el reparto de gloria, la Copa del Rey es el título menos valorado por los equipos grandes, pero esta noche hay dos poderosas razones para que lo pequeño se convierta en gigantesco. Una es puramente deportiva: el día de la final de Copa es el mejor del año para la liturgia futbolística nacional. La otra va más allá: la juegan el Real Madrid y el Barça, lo que significa que el contenedor simbólico de unos y otros hará del partido un estallido emocional con resonancia mundial.
Cada club con el orgullo de su historia, con el peso del presente, con su narrativa política, social y cultural. El hincha siempre le busca sentido a su pasión y en noches como esta el fútbol canaliza y afirma identidades. Las dos partes del campo serán una escuela de lealtad en la que cada cual sufrirá por sus colores. Y, como toda identidad necesita del “otro”, ahí enfrente estará el enemigo. El fútbol es un simulador que nunca se queda corto.
Bajemos al campo para buscar, en cada equipo, alguien que lo represente. Al Barça nadie lo explica mejor que Pedri, un revolucionario que se limita a hacer lo justo. Parece contradictorio, pero hacer lo justo dentro de un juego tan caótico y desmesurado es una forma de arte. Lo que más impresiona de Pedri es que siempre tiene tiempo. El otro día lo hizo palabra en este mismo periódico: “Siempre tenemos un segundo más de lo que creemos”, frase que le define. Parece un jugador de los de antes porque lo moderno es acelerar y hasta poner cara de velocidad. Pedri construye espacios desde su talento para la pausa.
Para comprobar que estamos ante un crack siempre hay que mirar cómo se relaciona con los rivales más cercanos, y Pedri los trata como si no fueran un problema, como si no existieran. Gira para un lado, luego para el otro y cuando suelta el balón la jugada ha mejorado y hasta el mundo parece un lugar mejor.
Su lugar de partida está en el mediocentro, pero cuando aparece de media punta su repertorio le convierte en un 10 de los que están desapareciendo. El Barça tiene un equipo muy completo, pero es en el centro del campo donde se adueña de los partidos y, en gran medida, gracias a un jugador que tiene finura, criterio y, siempre, tiempo.
En cuanto al Madrid, este año su poderío se explica desde Mbappé, una bala que piensa, frena y con la experiencia de dos mundiales, triunfador en Rusia 2018 y subcampeón en Qatar 2022. Mbappé es la última expresión de la ambición histórica del club. El Madrid no se sostiene desde un relato político o cultural, sino que habla sin decir y Mbappé es un mensaje de poder. El jugador más deseado del mundo eligió al club que supo esperarlo desde la cima de sus 15 Champions. ¿Por qué eligió el Madrid? Porque es un club en el que puedes llegar como crack y marcharte como mito. Como le pasó a Di Stéfano, a Zidane, a Cristiano… Todo momento de transición necesita de un estandarte y Mbappé lleva esa bandera. No es un honor cómodo porque el Madrid existe para ganar y no sabe perder sin culpar al mejor.
Estamos en abril y el equipo aún no se encontró. Esa es muy mala noticia. Pero se trata del Madrid en una final y, como todos sabemos, no necesita merecer ganar, ni que aparezca el equipo como unidad para levantar trofeos. El fútbol y el Madrid, en una final, son el colmo de lo imprevisible. Y a estas alturas, entre otras cosas por fichajes como el de Mbappé, la amenaza ya se la cree el mundo. También este gran Barça.