No está ya claro que a Kandinsky le debamos, como durante mucho tiempo se consideró, las primeras expresiones no figurativas del arte de comienzos del siglo XX, pues hoy sabemos que los inicios de la abstracción fueron múltiples y que Hilma af Klint tuvo mucho que ver también en ellos, pero sí nos legó el artista ruso contribuciones decisivas a la idea de una creación autónoma, libre en lo posible de referencias a lo real -que no de alusiones a las sensaciones que lo externo provoca-. Lo hizo tanto en su producción teórica como en la puramente artística y en su rol como editor y profesor.
Gracias a las donaciones y al legado de su viuda, Nina Kandinsky, el Centre Pompidou de París atesora el fondo de obras más extenso de este autor; parte de él puede verse hasta septiembre en su filial malagueña, en una retrospectiva que rememora su trayectoria en Rusia, Alemania y Francia y que se estructura en cinco capítulos, ligados a sus inicios figurativos, la génesis del arte abstracto en Múnich, su regreso a Rusia durante la Revolución, su docencia en la Escuela Bauhaus y los últimos años parisinos.
A lo largo de ese recorrido subraya el Pompidou andaluz el don de Kandinsky para la sinestesia, fenómeno que hoy sabemos neurológico e involuntario y que implica que quien lo “padece” percibe sensaciones de sentidos distintos de manera conjunta o cruzada. En el caso de este pintor, el sentido del oído se asociaba con el de la vista, de modo que sonidos y colores estaban íntimamente unidos en su mente: era capaz de ver la música, conclusión a la que llegó tras acudir a una representación de la ópera Lohengrin, de Richard Wagner. Declaró: Podía ver mentalmente todos mis colores, estaban ante mis ojos. Líneas salvajes, casi locas, tomaban forma ante mí. Esa experiencia tendría para él relación con la noción de obra de arte total que vinculamos a la propia ópera y le llevó a comparar la paleta de colores con el timbre de cada instrumento, un sistema de correspondencias que sería su primer paso a la hora de articular una estética de la disonancia que le abriría camino hacia la abstracción.
Tras formarse brevemente en derecho y economía, Kandinsky abandonó su país natal en 1896 para estudiar pintura en Múnich, entonces la ciudad del Jugendstil (Art Nouveau), donde aprendería las técnicas de la pintura al temple y el grabado en madera. En 1901 fundó la asociación Phalanx y después una escuela de arte con el mismo nombre donde conoció a la joven pintora Gabriele Münter, con la que entablaría una relación fructífera. En 1904, cerrada esa escuela, la pareja viajó por Europa, eligiendo los Países Bajos como primer destino, después Túnez e Italia, antes de finalizar su periplo en París. En esos años (1906-1907), Kandinsky llevó a cabo un buen número de estudios al óleo, al aire libre y con espátula, además de escenas multicolores sobre fondo negro que evocaban varios cuentos rusos. Estaba comenzando a asentar su potencial abstracto.
Fue en el verano de 1908 cuando Kandinsky y Münter regresaron a Múnich para instalarse. Desde allí, seducidos por la pintoresca Murnau, sus paisajes y su arte popular, acudieron a esta localidad los veranos para pintar al aire libre. Ese sería el enclave donde surgió una nueva pintura expresiva: los trazos amplios de Kandinsky se sintetizaban en masas de tonos vivos, lejos de las limitaciones de la mímesis. En diciembre de 1911, el autor moscovita expuso las claves de sus investigaciones sobre la abstracción en su ensayo De lo espiritual en el arte: La armonía de los colores debe basarse únicamente en el principio de resonancia con el alma humana. Esta base se definirá como el principio de la necesidad interior.
Y al año siguiente, él y su amigo Franz Marc publicaron el Almanaque Der Blaue Reiter, un manifiesto revolucionario que defendía la síntesis de las artes, sin fronteras ni etiquetas. Para ambos, la armonía de los colores debía basarse solo en el principio de resonancia con el alma humana.
Cuando, el 1 de agosto de 1914, Alemania declaró la guerra a Rusia, Kandinsky regresó a su tierra natal. Dada la situación, en 1915 no pintó ningún óleo, sino obras gráficas abstractas, en un tono austero, y en 1917 retomó temporalmente la pintura figurativa durante un verano junto a su nueva esposa, Nina Andreïevskaïa. La guerra no le inspiraba abstracciones.
Tras la Revolución de Octubre, participó en la reorganización de las instituciones culturales del gobierno bolchevique y se aproximó a los artistas de la vanguardia suprematista y constructivista, como se atisba en sus pinturas, ahora de corte geométrico y en una paleta apagada realzada por colores primarios. Sin embargo, no dejó de lado sus convicciones estéticas nutridas de valores espirituales tenidos por anticuados e incomprendidos; en vista de su progresivo aislamiento, volvió a establecerse en Alemania en el invierno de 1921.
En el verano de 1922, fue nombrado oficialmente miembro de la Escuela Bauhaus de Weimar, que había sido fundada en 1919 por el arquitecto Walter Gropius sobre los principios de la síntesis de las artes y la transdisciplinariedad que encajaban con sus tesis. Tras adjudicársele el cargo de Maestro de las formas, Kandinsky dirigió un taller de pintura mural y trabajó junto a un buen número de artistas de prestigio. Sus composiciones ganaron claridad gráfica; se refirió a sus creaciones de los años de Weimar como su período frío.
En 1926 llegó su segundo gran tratado teórico, Punto y línea sobre plano. Para él era una etapa muy fructífera: entre 1925, año en que la Bauhaus se trasladó a Dessau, y 1933, cuando la toma del poder de Hitler provocó el cierre de la escuela, Kandinsky produjo casi seiscientas acuarelas y pinturas, antes de verse otra vez obligado a exiliarse, ahora en Francia. En diciembre del 33, el matrimonio se estableció en Neuilly-sur-Seine, cerca de la capital. La luz de este lugar, a un tiempo fuerte y sutil, hizo crecer su paleta con tonos pastel y acidulados; su estilo de entonces aunaba la geometría severa del constructivismo con la fantasía del biomorfismo emprendida contemporáneamente por los surrealistas franceses.
Su obra evolucionó a raíz del contacto con ellos, sobre todo con Jean Arp y Joan Miró. También tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial: se vio obligado a sustituir los lienzos imprimados por soportes de madera o cartón y sus colores se oscurecieron, mientras que sus composiciones adquirieron una mayor precisión y rigor compositivo.
“Vassily Kandinsky. Pionero del arte abstracto”
Pasaje Doctor Carrillo Casaux, s/n
Málaga
Del 28 de marzo al 7 de septiembre de 2025
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