Joel Meyerowitz nació el 6 de marzo de 1938 en el Bronx de Nueva York, como miembro de una familia de inmigrantes judíos de clase trabajadora procedentes de Hungría y Rusia; esos orígenes y ese barrio tendrían que ver con sus primeras simpatías culturales y morales, con una forma concreta de ver el mundo a la que iría dando forma.
Ha definido su infancia como caótica pero cálida, descripción que encaja en parte con la personalidad que transmite. Su padre tenía un gran talento para imitar a Chaplin, fruto de una capacidad de observación que compartían: solía fijarse en los paseantes callejeros, en los comportamientos humanos, en la comedia y el absurdo presentes en la vida cotidiana.
Su primer deseo profesional sería ser pintor. Se mudó a Ohio, donde estudió Arte, Historia del Arte e Ilustración Médica, y después regresó a Nueva York; aquí encontraría empleo como director creativo en una pequeña agencia de publicidad. Trabajaba en el diseño de un folleto que debía ilustrarse con fotografías creadas con ese fin por Robert Frank, cuando sus ambiciones cambiaron: el autor de The Americans lo sedujo por su buen ojo para capturar la vida en instantes y decidió que debía centrarse en la fotografía y que éste sería el medio que le permitiría leer la calle como nunca lo había hecho, describir lo efímero y llevar la mirada de los demás hacia lo desapercibido.
En un principio, dedicaba su tiempo libre a hacer fotos en color con su 35mm acompañado de Tony Ray-Jones, en ese momento subdirector creativo de la revista Sky y diseñador gráfico. Recalaban allí donde había una gran aglomeración, no atendiendo tanto a sus motivos como a la gente que acudía al lugar, que en esas circunstancias no reparaba en la presencia de un fotógrafo. También era amigo de Garry Winogrand, y cuando no fotografiaba con ellos lo hacía solo, sobre todo en la Quinta Avenida, su bulevar: Ninguna calle en el mundo tiene para mí el tipo de colisiones sexys e improvisadas entre la elegancia y la sencillez. Puedes ver mensajeros en bicicleta y modelos, multimillonarios y estafadores, y todo está ahí afuera todos los días.
Uno de esos días, en 1963, Meyerowitz se encontraba con Ray-Jones fotografiando el ambiente en torno al desfile de San Patricio cuando éste le avisó de que acaba de atisbar a Henri Cartier-Bresson, que una década antes había publicado El instante decisivo, el otro gran volumen de influencia en la biblioteca de Meyerowitz junto a The Americans. Ese libro le enseñó a adentrarse en los asuntos de interés y a no quedarse atrás, a involucrarse. Las masas eran su laboratorio, y uno y otro fueron evolucionando juntos desde su impulso autodidacta, proyectando sus imágenes en diapositivas y ejerciendo la crítica mutua.
Aquel mismo 1963 se casó el fotógrafo con la pintora Vivian Bower y ambos comenzaron a viajar juntos los años siguientes por Estados Unidos -sobre todo a Cape Cod y Florida- y por Europa, con el propósito de lograr una versión europea de The Americans. En París volvería a encontrarse con Cartier (justamente en la oficina de Robert Delpire, editor de la obra de Frank) y en noviembre de 1966 Joel recalaría en España, sin saber demasiado de la vida en nuestro país, pero sí de Buñuel y de Dalí.
Pasó medio año en Málaga conviviendo junto a gitanos y flamencos y, prestando atención a sus palabras, esa estancia lo transformó: En España aprendí de alguna manera a ser un hombre. Había algo acerca de la masculinidad (nada que ver con la actitud de macho), acerca de una manera de estar en la vida, que me permitió convertirme en fotógrafo. Comencé a entender lo que era estar solo mirando al mundo. Fui libre por primera vez en mi vida. España caló muy dentro de mí.
Durante estos años de la segunda mitad de los sesenta, Meyerowitz se fue apartando de su primera pretensión de captar el momento decisivo fugaz, en el que la acción del sujeto importaba más que el fondo, y se fue volviendo más introspectivo, aumentando la profundidad de campo, planificando las tomas, enfocando más nítidamente, no disparando tan de cerca a los sujetos… En su búsqueda de un marco fotográfico meticulosamente estudiado, cambió de una cámara de 35mm a una cámara Deardorff de gran formato.
De este periodo exhibe ahora dos centenares de imágenes, muchas de ellas inéditas y tras su paso por el Museo Picasso Málaga, el Centro Fernán Gómez de Madrid, en la exposición “Joel Meyerowitz. Europa 1966-1967”. Constituyen una selección de las cerca de 25.000 que llevó a cabo en una decena de países, a veces desde la ventanilla de su coche, y muchas pertenecen a esa experiencia malagueña, que duró seis meses, y están protagonizadas por los Escalona, la familia que lo acogió, una de las estirpes flamencas con mayor tradición en la ciudad. Componen un registro originalísimo de la vida en este contexto, en la etapa del desarrollismo franquista: contemplaremos copias de época e impresiones en color y en blanco y negro, en un recorrido comisariado por el nuevo director del MPM, Miguel López-Remiro.
Poco después de su aventura española, en 1972, Meyerowitz se despediría definitivamente de los grises, comprometiéndose con la imagen en color, aún tenida por muchos por barata, vulgar y no seria, en instantáneas de calles saturadas y paisajes luminosos. El blanco y negro pasó a parecerle cosa del pasado.
Llegaría Cape Light, conjunción de retratos, paisajes y fotos del mar del Cape Cod, hoy una obra clásica del color: figuras diminutas en la playa, la barandilla de un porche frente a un cielo oscurecido por la tormenta, una balsa azul contra una cabaña de verano… quedan transformados por la luminosidad del lugar y la visión sutil de Joel.
En los noventa, ya divorciado de su primera esposa y casado con la novelista británica Maggie Barrett, empezó a viajar de nuevo por Europa, como había hecho en los sesenta y recordando viejos tiempos, pero ahora con más frecuencia y sobre todo por Italia, adonde se mudó en 2014. Actualmente reside entre Nueva York y el campo de la Toscana, donde recorre los mercados en busca de objetos interesantes y los fotografía al modo de bodegones inspirados en los impresionistas europeos. Hoy se ha dejado caer por Madrid para dar detalles de esta antología y para recibir el Premio PHotoESPAÑA 2025, en reconocimiento a su andadura; lo ha recogido con humildad, haciéndose parte de otra estirpe: Es un honor formar parte del linaje de fotógrafos que ha recibido este premio, con quienes me siento muy conectado. Creo que todos compartimos la visión de que la fotografía tiene un lenguaje, y el honor que supone haber aprendido a hablarlo.
“Joel Meyerowitz. Europa 1966-1967”
Plaza de Colón, 4
Madrid
Del 15 de mayo al 13 de julio de 2025
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