“El verano de 1984 no fue un verano cualquiera: fue el verano en que el Sporting ganó el Ramón de Carranza”. Desde niño sueño con empezar una novela así, con esa frase: seca como un tiro, fulminante. ¿Quién no seguiría leyendo? El Sporting de Gijón de los Ablanedo, de Mino, Eloy y Zurdi, se llevó el Carranza pese a que el Barcelona se presentaba favorito, y el Cádiz por supuesto aspiraba a ganarlo. El cuadro lo completaba el Athletic de Bilbao de Clemente, ganador de dos Ligas y una Copa del Rey. Si les parece poco estimulante conocer los entresijos de aquel Carranza, no se preocupen porque esta columna no va a hablar de la final, sino de la final de consolación, el partido para dirimir el tercer y cuarto puesto (que por cierto es una de las cosas que más rápido tenemos que aprender en la vida: que nuestro lugar siempre es el de pelear por el tercer o cuarto puesto, ese partido que apenas lleva gente al estadio y en el que los jugadores salen no a ser primeros, sino a tratar de no ser los últimos, o sea, nosotros).
El partido en cuestión fue un Cádiz-Barcelona, los dos eliminados por Athletic y Sporting de Gijón. Ese verano de 1984 fue importante en Cádiz: Mágico González volvía al equipo después de hacer una gira con el Barcelona de Maradona sin éxito, pues el Barça lo descartó (en una concentración, Maradona activó la alarma antiincendios del hotel y todos bajaron a la calle menos Mágico, encerrado en la habitación con una mujer). La historia se ha repetido tanto que ya casi es mentira, como todo lo que se narra una y otra vez variando detalles hasta hacerla entrar en la galería de leyendas. Marco Marsillo escribió hace años un librito delicioso sobre Mágico, el Mago, que se titula ‘El genio que quería divertirse’. En él recuerda aquella final de consolación en medio del recuerdo de la reentrè del genio salvadoreño a Cádiz. Y cuenta algo tan excepcional que es inevitable pensar en el aroma a mitología que rodea lo hecho, y lo no hecho, por Mágico. El estadio estaba lleno hasta la bandera en agosto: todos querían ver de vuelta al ídolo. Pero Benito Joanet, el entrenador, estaba poco por la fiesta y mucho por el orden, que es una disciplina que le funciona a según qué entrenador; no a él.
El Cádiz salió sin Mágico en el once titular. Y cuenta Marsillo que, al empezar el partido, los cánticos, trompetas y tambores callaron. Se hizo un silencio que daba miedo, el silencio del terror; no se escuchó un grito, un susurro. El ídolo no estaba en el campo y miles de personas estaban digiriendo el impacto. “Lo que pasó esa noche de agosto, en el partido más increíble de su carrera, ha sido contado durante años por boca de los afortunados que pudieron asistir a semejante despliegue de magia. El testamento de amor de una ciudad entera por su equipo de fútbol”.
Como no se sabe dónde empieza y dónde acaba la leyenda, testigos de aquel partido cuentan que el Barcelona se adelantó 3-0, que Mágico salió en la segunda parte y volvió loco al Barcelona marcando y asistiendo hasta una remontada, 4-3, de la que se sigue hablando en Cádiz. Con mucha insistencia y con mucho detalle, entre otras cosas porque nunca existió. Ese partido se ha contado tantas veces (el propio Mágico lo contó, añadiendo que jugó de resaca) que nadie se cree que no haya ocurrido. El resultado al menos. El partido sí, lo ganó el Cádiz 3-1 con dos goles de Francis y uno de Mejía.