Una trabajadora de una ONG internacional con presencia en Gaza lo ilustra con un símil. Hay un “viejo mundo” de la ayuda humanitaria, con el que operan desde hace décadas agencias de la ONU y ONG, que se fundamenta en principios como la imparcialidad y la independencia. Y un “nuevo mundo”, el que Israel prepara para reanudar el ingreso de alimentos, agua o medicamentos, tras nueve semanas de bloqueo que han convertido en cotidianos los saqueos y hecho que la harina o el azúcar cuesten más allí que en los países más caros del mundo. El gabinete de seguridad presidido por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, aprobó este lunes este “nuevo mundo”, en paralelo a un plan para ocupar de forma permanente al menos parte de la Franja y para el que ya han sido convocados decenas de miles de reservistas.
Tras desplazar a la fuerza a casi todos los gazatíes, los soldados israelíes controlarán con datos biométricos quién puede pasar. Además, vigilarán el proceso contratistas privados de seguridad de EE UU, como los que se colaron por las rendijas de otros escombros en lugares como Irak o Afganistán. Las agencias de la ONU y las ONG internacionales que operan en Gaza han dejado claro que no participarán del proceso, abriendo un sinfín de interrogantes sobre el futuro de la ayuda humanitaria para 2,2 millones de personas ya castigadas y hambrientas.
Militarización de la ayuda
Israel pretende poner en marcha el plan este mismo mes. No ha anunciado formalmente los detalles, pero sí a través de declaraciones y filtraciones que dibujan una versión sui generis de la famosa militarización de la ayuda que tantos debates generó en el sector.
Se fundamenta, primero, en el mayor desplazamiento forzoso de población en año y medio de invasión, hasta el sur de la ciudad de Jan Yunis, donde establecerán tres puntos de distribución. Las Fuerzas Armadas pasarán a permitir entonces la entrada diaria a Gaza de unos 60 camiones con alimentos humanitarios básicos y artículos para el hogar. Es un 10% de la cifra durante los dos meses de alto el fuego que Netanyahu rompió en marzo, y muy por debajo de las necesidades de un territorio en el que 54 personas han muerto por malnutrición o deshidratación, según el Ministerio de Sanidad de Gaza.
El cálculo supone una suerte de regreso a 15 años atrás, en los momentos más duros del cerco a Gaza tras tomar Hamás el poder, cuando el ejército israelí empleaba una fórmula matemática para estimar las calorías mínimas por persona cuya entrada debía permitir en Gaza, con el fin de no provocar una hambruna.
Una de las principales novedades es la implicación de contratistas privados de seguridad estadounidenses. Vigilarán los camiones, desde el paso fronterizo de Kerem Shalom, a los puntos de distribución en el sur de Gaza. Dentro de una zona bajo control pleno y permanente del ejército de Israel, que decidirá quién entra y quién no, y controlará los datos biométricos de quienes traten de acceder. Cada familia tendrá un único representante.
Los contratistas se encargarán también de la seguridad de los puntos de distribución, pero no de la entrega de la ayuda, para la que cuentan con trabajadores humanitarios. Aquí entra en juego la opaca Fundación Humanitaria de Gaza, registrada recientemente en Suiza y cuyos principales responsables carecen de experiencia en el sector. El jefe del Estado Mayor de Israel, Eyal Zamir, ha dejado claro que las tropas no entregarán la ayuda.
Los riesgos son evidentes: el poder que recibe el ejército israelí de decidir a quién da acceso a no a la comida como recompensa o castigo, el peligro que supone para los gazatíes y el personal humanitario tener que desplazarse a una zona altamente militarizada a la que hoy tienen prohibido acercarse, qué comerán quienes estén a kilómetros de la zona de entrega… También las dificultades para ancianos o personas con problemas de movilidad o cómo transportarán el resto (en una Gaza desolada y sin apenas combustible) un paquete de comida para toda su familia que se calcula en 70 kilos por semana,
Es decir, muy lejos de los principios que articulan la acción humanitaria: humanidad, imparcialidad, independencia y neutralidad. O, como señaló en un comunicado el jefe de asuntos humanitarios de la ONU, Tom Fletcher, la propuesta “no cumple con los estándares mínimos para una ayuda humanitaria basada en principios”.
“Básicamente, va en contra de la forma en que nosotros entregamos la ayuda, que es yendo adonde están las personas, en lugar de decirles que vayan a un lugar específico a recogerla”, señala a este periódico por videoconferencia la portavoz de la oficina de asuntos humanitarios de Naciones Unidas (OCHA, por sus siglas en inglés), Olga Cherevko. Algunos (por dinero, edad o movilidad) no podrán llegar. Y el resto arriesgará aún más su vida por poder comer: “Uno de los principios más fundamentales es ‘no causar daño’. Y esto definitivamente pone a las personas en peligro”, señala Cherevko, que ha pasado cinco años en Gaza.
En un comunicado conjunto para mostrar unidad y un tono más contundente del habitual, el foro que reúne a los responsables de las agencias de la ONU y a las ONG (tanto internacionales como palestinas) que trabajan en asuntos humanitarios en Gaza y Cisjordania dejó claro este domingo su rechazo a participar. Aseguran que el plan israelí “contraviene principios humanitarios fundamentales y parece diseñado para reforzar el control sobre los elementos vitales esenciales como táctica de presión” en el marco de una “estrategia militar”. Es también peligroso, porque “obliga a los civiles a desplazarse a zonas militarizadas para recoger raciones”. Y “profundiza aún más el desplazamiento forzoso” y la exclusión de las personas con peor movilidad o más vulnerables. Tanto Fletcher como el secretario general de la ONU, António Guterres, instan a los líderes mundiales a “utilizar su influencia” para que Israel mantenga el sistema actual, levante el bloqueo y permita que entren los alrededor de 3.000 camiones con ayuda que esperan la luz verde desde hace semanas al otro lado de la frontera.
El comisionado general de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), Philippe Lazzarini, ha calificado este martes de “expresión de absoluta crueldad” el hambre que Israel ha generado en Gaza “por motivaciones políticas”. “No puede abordarse utilizando la asistencia humanitaria como arma. Las agencias humanitarias tienen un conjunto de principios para garantizar que la ayuda llegue a todas las personas necesitadas, sin excepción. El modelo de distribución propuesto por el Estado de Israel está muy lejos de abordar el hambre devastadora”, ha escrito en su cuenta de la red social X, antes Twitter.
Israel justifica la necesidad del mecanismo en impedir que Hamás robe la ayuda, algo de lo que no ha presentado pruebas, ni ha corroborado ningún organismo internacional u ONG con presencia en el terreno. “No tenemos ninguna evidencia de que esté ocurriendo una desviación a gran escala por parte de Hamás. Así que, en nuestra opinión, no es una afirmación realmente válida”, reitera Cherevko, al recordar que las agencias de la ONU tienen sus propios mecanismos para asegurarse de que esto no sucede y rendir cuentas ante los donantes. “Tenemos un mecanismo que funciona, que no está roto ni es corrupto. Y por eso lleva mucho tiempo funcionando”.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, alimentó el lunes la narrativa israelí, al señalar que Hamás estaba haciendo “imposible” que la población reciba la ayuda. “Vamos a ayudar a la gente de Gaza a conseguir comida. La gente se está muriendo de hambre, y vamos a ayudarla a conseguirla”, dijo.