No era necesario ser el oráculo de la paradoja de Newcomb para prever que la entrega de la semana pasada iba a suscitar numerosos comentarios. Como ya señalaron en su día tanto Robert Nozick como Martin Gardner, la idea misma de que pueda existir un ser capaz de predecir el futuro tiene unas implicaciones filosóficas trascendentales, con respecto a las cuales, según parece, la gente adopta posturas enfrentadas e irreconciliables: los que tienen clarísimo que hay que coger las dos cajas creen que los que solo cogerían la caja cerrada desbarran, y viceversa. Y es que, como quien no quiere la cosa, el problema de las dos cajas remite a la vieja, viejísima cuestión del libre albedrío: si alguien sabe con certeza lo que voy a hacer, no puedo hacer otra cosa: o el oráculo puede equivocarse, o mi capacidad de elección es ilusoria.
Sin embargo, no se puede ignorar el hecho de que cientos de millones de personas creen en un ser omnisciente que sabe con absoluta certeza todo lo que vamos a hacer y que no por ello dejamos de ser libres de elegir, pues de lo contrario no seríamos responsables de nuestros actos (dicho sea de paso, esas personas también creen, o creen creer, que un ser infinitamente justo y bondadoso te puede infligir un castigo eterno por tener sexo fuera del matrimonio o no ir a misa los domingos).
¿Cómo es posible? La clave podría estar en una conocida máxima de los jesuitas: “Si tu superior dice que es de noche, tienes que creerlo aunque veas brillar el sol”. Dicho de otro modo: aparca la razón y créete todo lo que te digan tus pastores, por absurdo o contradictorio que sea (los psicólogos lo llaman disonancia cognitiva; pero ese es otro artículo, y otro articulista).
En cuanto a la historia del hombre que muere a causa del susto provocado por una pesadilla (con ayuda de su solícita esposa), tiene mucho que ver, aunque a primera vista no lo parezca, con la paradoja de Newcomb, puesto que solo es creíble si la historia nos la cuenta el consabido “narrador omnisciente”, un ser tan inverosímil como el oráculo certero y que solo es admisible como convención literaria. Puesto que la historia se la cuenta a sus ingenuos alumnos un profesor de filosofía que les dice que está basada en hechos reales, no es creíble, ya que nadie podía saber lo que estaba soñando el desventurado protagonista, a no ser que su mujer fuera telépata, le pasara la aguja de tricotar por el cuello con toda la intención y luego confesara su crimen. ¿O se te ocurre alguna posible explicación que no implique la intervención de facultades paranormales?
La paradoja y el dilema
Una sagaz lectora vio alguna relación entre la paradoja de Newcomb y el “dilema del prisionero”. Acertada asociación, pues el propio Newcomb contó que se le había ocurrido su paradoja mientras estaba reflexionando sobre el famoso dilema. Recordémoslo en su versión clásica:
La policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes contra ellos, así que un inspector los visita por separado y les ofrece a ambos el mismo trato: si uno confiesa y el otro no, el primero quedará libre y el segundo será condenado a diez años de cárcel; si los dos confiesan, ambos serán condenados a seis años; y si ninguno de los dos confiesa, solo podrán condenarlos a un año por un cargo menor.
¿Qué harías tú, y por qué, si fueras uno de los sospechosos? ¿Cuál es la sutil relación del dilema del prisionero con la paradoja de Newcomb?