Cuando a Kevin Rodríguez le dijeron el año pasado que tenía que repetir curso se quedó hecho polvo. Este alumno de 17 años del grado medio de Informática en el Virgen de Gracia de Puertollano (Ciudad Real) había suspendido la mitad de las asignaturas y estuvo a a punto de abandonar los estudios. Pero su profesor llamó a sus padres y les dijo que tenía que seguir porque era imprescindible para el grupo. Le nombró su ayudante y le puso a hacer de mentor de los chicos más jóvenes. Kevin, que se debatía entre la programación y la chapa y pintura, se sintió importante enseñando a sus compañeros a montar y desmontar ordenadores. Desde entonces está radiante y ha mejorado las notas: en el primer trimestre sólo le ha quedado una. «Si sigue en esta línea, la aprobará y pasará limpio», aventura su profesor, Ángel L. González. Kevin describe así a su docente: «No sólo me ha apoyado académicamente sino que me ha hecho sentir útil e integrado. Ha logrado que a los repetidores se nos trate con respeto y cariño».
A Kevin y a sus compañeros Jesús, Jorge, Rubén, Ariel, Adrián, Javier, Alejandro, Zeus o Judith (la única chica de Informática) lo que más les gusta de su profesor es que les ha hecho creer en sí mismos y tener autoestima. «Ha apostado de verdad por nosotros, nos dice que valemos y tiene mucha confianza en lo que hacemos», afirman. El jurado del Global Teacher Prize ha sabido ver lo mismo: valora «su capacidad para motivar y guiar a los estudiantes, especialmente aquellos en situaciones desfavorecidas».
Ángel L. González, nacido en Toledo hace 41 años, es el único profesor español seleccionado de entre los 50 finalistas al conocido como el Premio Nobel de la Educación, un galardón organizado por la Fundación Varkey en colaboración con la Unesco que en febrero concederá en Dubai un millón de dólares al mejor profesor del mundo de entre más de 5.000 candidaturas de 89 países.
Ningún español lo ha ganado, pero los españoles que han quedado finalistas en anteriores ediciones han sido elevados por el sentir popular a la categoría de mejores profesores de España y lanzados automáticamente al estrellato mediático. Desde que el zaragozano César Bona fue clasificado, hace ya una década, no ha parado de publicar libros, mientras que el ingeniero youtuberDavid Calle, que llegó a quedar entre los 10 mejores en 2017, sale en Cifras y Letras.
Ángel L. González, que de joven editó un fanzine, tuvo un programa de música underground y fundó un sello discográfico indie, no quiere ese tipo de fama. «Yo he tenido una vida de Instagram que parecería perfecta por las cosas que iba consiguiendo mientras mi nómina crecía, pero me di cuenta de que había cosas más importantes», relata mientras toma un café en el comedor del centro público Virgen de Gracia, donde trabaja desde hace dos años en comisión de servicios.
González es ingeniero informático. No tuvo ordenador hasta segundo de carrera porque sus padres, que no fueron a la universidad y le tuvieron con 22 y 24 años, no se lo podían permitir. Cuando se graduó en la Universidad de Castilla-La Mancha se puso a trabajar en Madrid en la consultora Everis. De allí fue fichado por el grupo editorial Pearson para implantar la plataforma digital educativa en todos los colegios de Extremadura. A los 29 años le hicieron jefe de equipo. Se recorrió más de 700 centros explicando el aula virtual y formando a miles de docentes. «Ahí creció mi amor por la educación. Visité muchas escuelas y vi a muchos profesores felices -también infelices-, a gente sencilla que se sentía recompensada pese al increíble esfuerzo de enseñar en el medio rural».
Cuando llegó la pandemia de Covid decidió «llevar» su tarea «a otro nivel». «No quería limitarme a dar formaciones a profesores, sino que buscaba tener un proyecto para hacer crecer a los alumnos», apunta. En 2021 se presentó a las oposiciones en Extremadura y, aunque no tenía experiencia previa, logró una plaza fija de docente. «Mi familia al principio no lo entendía porque de profesor se gana mucho menos, pero comenzaron a comprenderlo cuando vieron la satisfacción que me da este trabajo».
Su hijo Hernán, de ocho años y con un trastorno del espectro autista, también contribuyó a cambiar su «idea del éxito»: «Antes yo quería ganar dinero para la empresa, lograr más ascensos, expandirme por Andalucía… Ahora el éxito para mí es acompañar a alguien que no sabe lo que quiere hacer y ayudarle a construir un camino, el éxito es lograr que un alumno crea en sí mismo y que pelee por su futuro», expresa.
González ve «en muchos chicos falta de motivación, algo que es habitual en los grados medios de FP, donde muchos están porque sienten que no son buenos estudiantes y optan por este camino como alternativa al Bachillerato». «Cuando hablas de la universidad, se ríen como diciendo que ellos nunca van a poder ir. Cuando entregan un trabajo, casi que te piden perdón, tienen miedo de no estar a la altura o de cometer faltas de ortografía. Sienten que lo que hacen no tiene calidad. Piensan que las oportunidades no son para ellos. Yo me aseguro de que los contenidos del currículo se los sepan de maravilla y, además, trabajo para motivarlos».
Salidas profesionales
El centro de FP Virgen de Gracia, con 900 alumnos, era la antigua Escuela de Oficios de Puertollano. Ahora imparte titulaciones con muchas salidas profesionales, como Energía y Agua, Administración y Finanzas o Informática. González tiene por las tardes a alumnos adultos que quieren reciclarse en programadores informáticos, aprovechando que hay una elevada demanda de profesionales de este sector. Da clases de Big Data y de Inteligencia Artificial. A sus estudiantes les dice que es una profesión que les va a permitir «elegir trabajos, tener independencia y llevar una vida cómoda». Muchos de los chicos tienen parientes o amigos informáticos a los que les va bien en Madrid o en Ciudad Real o teletrabajando desde Puertollano. Hace 20 años, cuando Castilla-La Mancha tenía el abandono escolar temprano más alto de España (37%) junto a Murcia (43%) y Extremadura (39%), esos chicos habrían dejado los estudios para emplearse en la construcción. Ahora el interés por la FP se ha disparado y el abandono ha bajado en la región hasta el 16%. Los adolescentes se quedan más tiempo en las aulas porque se dan cuenta de que lo que aprenden está conectado con el mercado laboral y les ofrece salidas.
Los alumnos de primer curso de Informática del Virgen de Gracia comenzarán en unos días sus prácticas en empresas, de entre dos y tres semanas. Unos irán al ayuntamiento, otros a negocios tradicionales que digitalizarán y otros a tiendas de equipamientos informáticos. «Estamos muy vinculados a la realidad. Por eso busco que las actividades no sean simuladas», explica González, que un día les lleva de excursión a la sede de Amazon en Madrid y otro les enseña a diseñar soluciones tecnológicas para las empresas. En el módulo de Proyecto, se reparten por grupos y unos crean una aplicación de reservas online para una peluquería, otros hacen un chatbot para la compañía local de autobuses y otros inventan un camarero virtual que es capaz de hacer maridajes y recomendaciones para clientes con alergias.
En el laboratorio de Informática, siete chicos y una chica se están examinando de Montaje de Equipos. Es una prueba atípica, pues a su lado tienen a Kevin y a otros siete alumnos repetidores o de segundo curso que los acompañan y evalúan cómo montan un ordenador. Judith acaba de cumplir 16 años y quiere dedicarse a la ciberseguridad. Tiene cuatro primos informáticos «y con buenos trabajos». Su mentor es Adrián García Cebrián, de 17 años, que quiere ser programador de videojuegos. Es hijo único y sus padres -él trabaja en una subcontrata de la refinería de Repsol y ella es ama de casa- le dicen que se dedique a hacer lo que le gusta.
Adrián y Judith se han entendido. Ella ha ido montando las piezas y sacando fotografías con el móvil de las distintas fases del proceso para mostrarlas como evidencia a su profesor. Él ha ido consultando su rúbrica de evaluación y poniendo una nota a cada una de las tareas. «La educación entre iguales es muy efectiva», asegura González. «Siempre se habla de que hay que poner a dos profesores dando clase en el aula, pero es difícil que eso se consiga. En cambio, de esta forma los pequeños ven que tienen a una persona a su lado y los mayores se sienten importantes».
Luego se irán todos al estudio de radio, que González ha convertido en «un generador de aprendizaje»: «No sólo desarrollan la competencia lingüística y otros contenidos curriculares, sino que aprenden a debatir y a perder el miedo a hablar en público, además de sentirse parte de algo importante. Es una de las actividades que más hace que sean ellos mismos». En esta ocasión, una veintena de adolescentes debaten sobre el papel regulatorio de Europa respecto a la Inteligencia Artificial y el nuevo escenario geopolítico tras la victoria de Trump . ¿Son más de izquierdas o de derechas? «Es bastante curioso», responde González. «No van con ningún bando y son muy de grises. Da la sensación de que no se fían de nadie».
«Muchos piensan que no valen»
1. HABLAR EN PÚBLICO. «Insisto mucho en que aprendan a debatir y a exponer bien sus ideas. Al final, hasta los más tímidos acaban perdiendo el miedo a hablar en público».
2. PERTENENCIA. «Desde el primer día me esfuerzo en que formen parte de un grupo conectado. Participan en todas las actividades y se relacionan fuera del centro. No sólo van a sacarse los exámenes, sino que se sienten parte de algo y salen orgullosos».
3. CONFIANZA. «Muchos piensan que no valen. Cuando se dan cuenta de que están aprendiendo pensamiento computacional, que no es fácil, se lo acaban creyendo».
3. REALIDAD. «Todas mis prácticas las vinculo con empresas tecnológicas actuales». Sus alumnos van a ir a dar charlas sobre competencias digitales a niños de etnia gitana y a ayudar a los ancianos a configurar el móvil.