Josep Coll poseía un talento único para el tebeo. Pero hasta los genios comparten algo con el resto de mortales: la necesidad de comer. De ahí que, en los setenta, este mito que había contribuido a lanzar el cómic en España tuvo que dejarlo por la albañilería. Las viñetas se pagaban demasiado mal, como recoge su biografía en la Real Academia de Historia. Mucho ha cambiado desde entonces en el tebeo español. Puede que Coll quedara asombrado por tantos avances. Sin embargo, al pionero le sonaría familiar la situación económica de sus cientos de herederos en España: bolsillos casi vacíos, igual que los suyos.
El legendario autor solo regresó al tebeo alguna vez, en los ochenta, cuando se empezó a reconocer su importancia. A él apenas le dio tiempo a constatarlo: se suicidó en 1984, mismo año en el que se editó su primera antología. Hoy las publicaciones se multiplican y los autores siguen aumentando, hasta sumar más de 1.000 en activo, igual que crecen editoriales, librerías y eventos. La facturación estimada, de unos 130 millones de euros, ya supone el 7% del mercado editorial sin contar libros de texto. Las cifras proceden del primer Libro Blanco del Cómic en España, otro hito del sector. El año pasado, el 12,4% de la población lectora disfrutó de al menos un cómic en el último trimestre, frente al 2,8% de 2022, según la Encuesta de Hábitos del Ministerio de Cultura. “Vivimos un auge de nuevos artistas y de talento nacional que ha permitido exportar nuestro talento al extranjero, algo que ha ido creciendo con los años”, apunta la dibujante Natacha Bustos. El último paso adelante no sorprendería solo a Coll: siguen sin creérselo incluso los creadores y gestores que lo impulsaron. España será el país foco de la 52ª edición del Festival de Angulema, el más prestigioso del mundo, que ha arrancado este miércoles 29.
“Hay más lectores, ventas, espacio en bibliotecas… Incluso el Gobierno parece interesado. Es verdad que ganamos más dinero, pero sigue siendo poco sostenible”, resume Borja González, premio Nacional de Cómic en 2023 por Grito Nocturno (Reservoir Books). “Vives de esto si lo compaginas con charlas, talleres, encargos de ilustración… Es imposible con el 10% de las ganancias”, apunta Bea Lema, que obtuvo el mismo galardón este año, por El cuerpo de cristo. Que, por cierto, se editó antes en Francia. “El editor te sigue diciendo que los autores españoles solo vendemos el 15%”, dice Albert Monteys, viñetista que publica ¡Universo! 2 (Astiberri), que ha tenido que salir fuera para costearse sus obras propias: “Aquí un tebeo te da para vivir unos cuatro meses, y necesitas un año para acabarlo. En EE UU te cubren mientras lo haces”. La quincena de entrevistas realizada para este reportaje ofrece argumentos para confirmar la “época dorada” que se atribuye al tebeo español: boom creativo, presencia y prestigio asentados en la sociedad, talento indiscutible, variedad fascinante… Pero conviven con los motivos que llevaron al profesor y experto Álvaro Pons (colaborador de EL PAÍS) a denunciar en un largo análisis La edad del hielo del cómic.
Casi nadie lo considera ya entretenimiento simplón o de niños. Las más de 4.000 novedades que se publican anualmente ofrecen desde obras infantiles hasta ensayos gráficos de geopolítica, pasando por fanzines experimentales, novelas gráficas, mangas sobre cualquier asunto, las últimas misiones de Wonder Woman o la Patrulla X o biografías de grandes personajes, una tendencia al alza. “Hay cómics para todos. Solo se tienen que descubrir”, resumía la ilustradora Ana Murillo Yagüe Aneke, en la presentación hace días del programa para Angulema. A su lado estaban dos muestras del estatus alcanzado por el tebeo. Moderaba el acto María José Gálvez, cuyo cargo ha alargado su nombre para hacer sitio a la historieta: es Directora General del Libro, el Cómic y la Lectura. Y cerró las intervenciones el Ministro de Cultura, Ernest Urtasun, quien prometió para este año las primeras ayudas específicas y afirmó: “Autores y autoras, os habéis ganado a pulso la presencia internacional”.
Los focos especiales de Angulema suponen el mayor reconocimiento a la creatividad y la difusión de los artistas nacionales. Hasta Francia se desplazarán nombres consagrados como Max, Cristina Durán, o Alfonso Zapico; Premios Nacionales como Ana Penyas, Pablo Auladell o Lema; autores aplaudidos como Laura Pérez, Mayte Alvarado, Sole Otero, Paco Sordo o Nadia Hafid; el fenómeno Miriam Bonastre, cuya saga infantil Hooky arrasa en ventas; firmas de fama mundial, de Jorge Fornés a David Aja, de Pepe Larraz a Emma Ríos o Bruno Redondo, capaces de ganar premios Eisner y ponerse al mando de las series de Spiderman o Batman. También Paco Roca, seguramente el más reconocido historietista español, autor de entre Arrugas, La casa y Regreso al Edén, y Juanjo Guarnido y José Díaz Canales, responsables de Blacksad, superventas que se editó en Francia antes que en España. Sin olvidar el punto de partida: la exposición Los tiempos del TBO: homenaje a Josep Coll servirá para recordar el camino recorrido. Y, a la vez, el que queda por andar.
“En calidad, difusión y prestigio estamos en un nivel más alto. Los autores tienen libertad creativa y una mayor posibilidad de desarrollar y editar sus proyectos”, asevera Francisco Manuel Sáez de Adana Herrero, director de la cátedra de Investigación y Cultura del Cómic en la Universidad de Alcalá de Henares, nacida hace año y medio. “Hay muchos más creadores con nombre propio publicando con regularidad. Quiero creer que supone algo de sostenibilidad: si has sacado tres o cuatro cómics en seis años, es porque has podido”, agrega Borja González. Los entrevistados coinciden en destacar el actual panorama artístico como uno de los mayores logros. Lo cual, por otro lado, ha generado más beneficios. El 83% de las editoriales se fundó en las últimas dos décadas, según el Libro Blanco. Y aunque las tiendas especializadas siguen suponiendo un tercio de las ventas, los tebeos son inquilinos fijos de la librería generalista, y cada vez más habituales en listas de los mejores libros del año. “Hace no demasiados años comprar en Zamora según qué cómic era una tarea heroica. Ya no”, resume Alejandro Martínez, editor de Panini, uno de los sellos más poderosos.
En el último trienio, el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial reconoció por primera vez a un sello de cómics (Norma), Carlos Giménez ha entrado en quinielas del Cervantes, Francisco Ibáñez y Carlos Pacheco obtuvieron Medallas de Oro póstumas y Paco Roca ha sido nombrado vocal de la Biblioteca Nacional. En 2023, el Gobierno introdujo oficialmente el Día del Cómic y el Tebeo el 17 de marzo: la fecha evoca el comienzo en 1917 de la revista TBO, donde nació la palabra y que fue trampolín de Coll y tantos otros. Y de las viñetas salieron infinitos taquillazos del cine reciente. “Desde los noventa, el cómic crece y rompe la barrera de nicho. Ha pasado a estar presente en muchos aspectos de nuestra vida”, defiende Ismael Contreras León. Él mismo representa otra prueba: acaba de abrir en Madrid una librería, Los tres hermanos de Moriarty, dedicada exclusivamente a obras dibujadas.
En sus pasillos, hay viñetas para todos los gustos. El lector se encuentra con viejas glorias, novedades, y otras que ya no lo son, pero que Contreras insiste en mantener en las estanterías: “Queremos dar más oportunidades a los nombres de los autores. Y, a la vez, trabajar esas historias que han pasado desapercibidas por la velocidad que llevamos”. Porque hay unos 4.600 lanzamientos al año, según el Libro Blanco. Y 19.784 títulos vivos en catálogo en 2022, en cifras de Cultura. Lo cual empieza a explicar parte de las miserias del sector. Emilio Bernárdez, editor de La Cúpula, ve en el reciente cierre de la editorial ECC, segunda en tirada, un reflejo de estos problemas: “No podemos crecer a infinito. Si hay 300 libros al mes, llega un momento que explota”.
Pocos discuten el aumento de oportunidades que subraya Catalina Mejía, editora de Salamandra Graphic: “Hace 15 o 20 años un autor nacional no tenía tanta facilidad por publicar. Ahora los sellos apuestan por ellos”. En el mercado, hay cabida para prácticamente todos. Ingresos y difusión, sin embargo, crecen a un ritmo más lento. De ahí que cada vez más autores se disputen el pastel, y la mayoría solo reciba las migajas.
5.000 euros por un año de trabajo
El Libro Blanco informa de que la tirada media no supera 2.500 copias para el 72% de las editoriales. Y varias fuentes confirman que en torno a esa cifra las ventas se dan por satisfactorias. Pero ¿para quién? Porque las cuentas del autor nunca salen: estimando un precio de 20 euros, y el habitual 10% de las ganancias que le corresponde —baja al 8% en los contratos más duros, igual que los pesos pesados logran negociar un 14%—, recibiría 5.000 euros por un trabajo que le habrá costado, mínimo, un año. Ni siquiera libros como The Black holes, de un Premio Nacional como González, con sus 6.000 ejemplares, pueden compensar. Así que, para el 64% de los creadores, los ingresos provenientes del cómic no alcanzan ni el salario mínimo interprofesional, según el Libro Blanco. Los autores que comen solo gracias a sus tebeos en España pueden contarse con una o máximo dos manos. La mitad, en cambio, ha experimentado alguna dolencia psicológica, como ansiedad o depresión, por su trabajo.
“Nadie podría sobrevivir exclusivamente vendiendo cómics en el mercado nacional”, dice González. Entre otras cosas, porque el 85% de los lanzamientos es extranjero, según el Libro Blanco. Y manga y superhéroes se llevan al menos dos tercios de las ventas, como confirman varios entrevistados. “Nunca está equilibrado. Espiritualmente ganas muchísimo, pero el negocio es deficitario. Lo bueno que tiene el cómic es que te da muchas herramientas que pueden tener salidas laborales distintas”, añade Marc Torices, autor de La alegre triste vida del perro Cornelius, uno de los tebeos underground más celebrados de los últimos tiempos. Así que hacen falta más vías. Por ejemplo otros empleos, con suerte relacionados con el noveno arte: solo el 21% señala que todos sus ingresos proceden del tebeo. También otros formatos: la adaptación audiovisual puede aumentar los ingresos de un autor. Otros idiomas: el reparto en el caso de traducciones mejora. Y, sobre todo, otros países.
“Para un autor español lo más fácil si quiere vivir de ello es trabajar para Estados Unidos o Francia. En EE UU, tanto Marvel o DC como los independientes lo ponen más sencillo: altavoz y exposición, los derechos están negociados para varios países a la vez y no supone un complejo laberinto de papeleo en el que tengas que invertir la mitad de tu jornada laboral. Envías la página por correo electrónico y a la semana cobras”, aclara Fornés, uno de los muchos creadores que triunfan al otro lado del charco. ¿A cambio de más control de las grandes casas de superhéroes? Lo niega: “Nunca me han cortado la creatividad, al revés”. “Francia paga muchísimo más, pero las condiciones suelen ser más tiránicas”, agrega González. Monteys apunta que ser fáciles de exportar hace que desaparezca “una identidad autóctona”, no hay personalidad clara, lo que da diversidad a nuestro mercado. “En España las editoriales son más cautas”, remata Lema.
El modelo actual, con muchos cómics de poca tirada, sí es sostenible para las editoriales, según muchos entrevistados. Aunque las diferencias de tamaño resultan enormes: las cinco mayores suman el 60% de los lanzamientos, pero el 86% de los sellos cuenta con menos de 10 trabajadores y el 96% no pertenece a ningún gran grupo. Varias fuentes señalan complicaciones recientes (como el encarecimiento del papel) e incluso un estancamiento —o normalización— tras el boom de lectura durante la pandemia. En La Cúpula, activa desde 1979 con cómic de autor, dicen que se conforman “con cubrir gastos y ganar un poco más para subir el IPC cada año. El secreto es no estirar el brazo más que la manga”. El término “industria” casi solo aparece en contextos institucionales: dentro del sector, nadie la ha visto ni la espera. “Somos casitas, micromundos”, señala Lema.
“En los 11 años que llevamos, tenemos un leve crecimiento sostenido”, apunta Juan Ata Lassalle, autor y editor de Autsaider, pequeña compañía que reivindica el underground. En 2021, su cómic Primavera para Madrid, implacable sátira de Magius sobre la corrupción en la política española, se hizo con el Premio Nacional. Y, de repente, iluminó una labor pausada y atrevida en defensa de lo independiente. “Muchas editoriales tiran unas cantidades de títulos colosal, no sabes si con voluntad de saturar el mercado y expulsar a otros, porque si compran lo suyo, no compran lo mío. Tampoco es que estemos haciendo invocaciones a Satanás. Parece que si te sales un poco de lo mainstream es una macarrada tremebunda”, agrega Lassalle. Torices confirma que el crecimiento también se ha contagiado a los márgenes: “Se pueden publicar cosas imposibles hace 15 años”. Autores antaño dirigidos al fanzine y la autoedición encuentran más habitualmente el paraguas de algún sello. Las ventas, eso sí, también son de nicho.
“Yo edito lo que creo que va a ser rentable. Es posible que se esté publicando de más. Pero ¿estamos seguros de que si sacáramos menos títulos se vendería más de cada uno?”, plantea Alejandro Martínez. Y el librero de Los tres hermanos de Moriarty pone el foco en incrementar los lectores, más que frenar los lanzamientos: “No estamos en todas las casas”. En todo caso, el propio Libro Blanco propone bajar “la sobresaturación del mercado”. También exige más transparencia y agilidad en las liquidaciones, como pide Torices. Y reclama ocho medidas a las instituciones: desarrollo definitivo del Estatuto del Artista; epígrafe y titulación específica para los creadores de cómics; ayudas específicas como promete Urtasun; un plan de fomento de la lectura de tebeos; y su introducción en los ciclos educativos, que brilla por su ausencia según las fuentes consultadas. La igualdad aparece como meta deseable, pero lejana: las mujeres crecen y ganan fama, pero aún suponen solo el 20% de los creadores. Y el documento menciona, cómo no, la necesidad de abordar una de las mayores inquietudes del sector: la inteligencia artificial.
La IA es un tema tan controvertido que hasta ha cambiado el despliegue en Angulema. El historietista David Rubín, uno de los más famosos, rechazó formar parte de la delegación española debido a un decreto que preparaba el Ministerio de Cultura para regular su uso con licencias colectivas y compensación económica, lo que han aplaudido muchas entidades de gestión de derechos de autor. En cambio, el primer borrador del texto ha suscitado tanto rechazo entre los artistas que este martes Cultura decidió retirar su tramitación para dialogar con el sector. Creadores independientes como Álvaro Ortiz o Pablo Ríos lo calificaron como una rendición ante la IA.
Ana Oncina, que ha triunfado con su particular acercamiento al manga desde España, lo ve como el gran reto: “Esos decretos vulneran tus derechos como autor, la IA se nutre de nuestro trabajo y valiéndose de nuestro copyright sin consentimiento. Si ya de por sí está difícil, esto da miedo. Queremos dialogar y que haya rectificaciones”. “Editoriales como Marvel detallan en sus contratos que su uso no está permitido. Aun así, se está expandiendo en muchos ámbitos de la creación gráfica, y la situación resulta cuando menos, alarmante”, agrega Bustos. Y reclama a Cultura que cuente más con los autores y menos con la Sectorial del Cómic, “asociación vinculada a la patronal”, cuyo papel clave en la programación de Angulema han criticado muchos creadores. Junto con los temores, eso sí, Fornés y Torices expresan su confianza en que el lector siempre prefiera obras con “alma”.
Pese a estas polémicas, en el cómic español suele reinar una atmósfera cariñosa. Casi todos se conocen, muchos autores son amigos, a veces incluso de los periodistas, y se tiende a subrayar únicamente lo bueno. “Es cierto que los críticos de cómics solo reseñamos de forma positiva. Lo habitual es pensar: ‘Como está tan maltratado, no vamos a maltratarlo nosotros”, explica el profesor Sáez de Adana. A la vez, sin embargo, la mirada tan bondadosa puede suponer un arma de doble filo: en la zona de confort nadie se hiere. Pero tampoco logra salir de ahí. Así que González o Fornés, que vive en su piel las reseñas de todo tipo en EE UU, querrían que el cómic recibiera un trato de opinión pública, prensa y su propio mundillo más parecido al cine o la literatura: para crecer, al fin y al cabo, también hace falta autocrítica. Hay quien plantea que las alabanzas a esta “edad de oro” resulten demasiado optimistas. Y las fuentes discrepan entre quien ve más márgenes de crecimiento lector y quien cree que se ha tocado techo.
La precariedad, mientras, pervive. “Incluso nos hacemos nuestra promoción en redes sociales. Si no se vende, te sientes responsable, pero está fuera de tu alcance”, explica Oncina. “No tenemos tiempo para regenerarnos, y la creatividad debería alimentarse de la pausa. Vivimos de pensar en lo siguiente”, aprecia Lema. Desde la época de Josep Coll, los aplausos al cómic se han disparado. Igual que entonces, sin embargo, no dan de comer.