Una de cada dos personas vivas desarrollará una enfermedad relacionada con la sangre. Serán sobre todo dolencias cardiovasculares, pero también cáncer o deficiencias del sistema inmune. Es un cálculo realizado por el biólogo molecular Lars Velten, que trabaja en el Centro de Regulación Genómica de Barcelona intentando desentrañar los muchos enigmas que existen aún sobre cómo evoluciona la sangre a medida que envejecemos y por qué unas personas sufrirán esas enfermedades potencialmente mortales y otras no.
Velten, junto a su colega Alejo Rodríguez-Fraticelli, del Instituto de Investigación Biomédica, también en Barcelona, y otros científicos de Alemania, Reino Unido y Estados Unidos, publica un hallazgo clave: el descubrimiento de un marcador bioquímico en las células de la sangre que mide el envejecimiento de este fluido, y que podría ser la puerta hacia terapias dirigidas a tratar el envejecimiento. El hallazgo se publica este miércoles en Nature, referente de la mejor ciencia mundial.
Los científicos han analizado la sangre de ratones de laboratorio y de una docena de personas de entre 23 y 77 años. Han descubierto que el nuevo marcador comienza a aparecer a partir de los 50 años y que, cumplidos los 60, es “universal” e “inevitable”, en palabras de Rodríguez-Fraticelli.
Una persona joven tiene unas 100.000 células madre de la sangre. Cada una es un clon capaz de dar lugar a cientos de miles de millones de hijos adultos: glóbulos rojos, plaquetas, linfocitos y otros agentes del sistema inmune. Los investigadores querían conocer el linaje exacto de estas células. Para ello han desarrollado un nuevo sistema —EPI-Clone— para leer su “código de barras”, que está escrito no en el genoma de la célula, sino sobre este. Se trata de un cambio epigenético llamado metilación y que transforma la adenina (A), una de las cuatro letras químicas del ADN, en citosina (C). Esta marca se hereda de generación en generación, y permite identificar de qué clon viene cada célula sanguínea. Rodríguez-Fraticelli lo compara con “apellidos” que permiten remontarse en el árbol genealógico.
Los resultados del estudio muestran que pasados los 60 años, la variedad genética de clones en la sangre cae drásticamente hasta apenas unas decenas. Estas células madre siguen siendo capaces de generar miles de millones de células adultas, pero su diversidad genética es mucho menor, lo que puede estar relacionado con la aparición de enfermedades relacionadas con el envejecimiento.
“Hemos observado este patrón en 10 de las 10 personas de más de 50 años que hemos analizado”, explica Velten a este diario. “Con toda probabilidad estamos ante un fenómeno universal”, añade.
El estudio muestra que los clones predominantes a edades avanzadas tienen mayor tendencia a convertirse en células mieloides. Por un lado, son esenciales para la producción de glóbulos rojos y blancos, pero por otro pueden favorecer la inflamación crónica. Los autores sugieren que estos clones envejecidos podrían fomentar dolencias cardiovasculares, cáncer, ictus, incluso el alzhéimer. Estudios preliminares con ratones muestran que limpiar estos clones de la sangre puede rejuvenecer el sistema circulatorio e inmune.
El estudio aporta una nueva forma de estudiar el envejecimiento y desarrollar tratamientos que eliminen selectivamente las células potencialmente nocivas.
Hasta ahora, la forma de estudiar el envejecimiento celular de los tejidos era solo a través de las mutaciones que aparecen en el ADN. Es una técnica muy fiable, pero costosa y laboriosa, pues cada célula tiene un genoma de unos 3.000 millones de letras químicas (TCAGG…) que hay que leer. Los responsables del nuevo trabajo reconocen que su nuevo método tampoco es viable aún, pues cuesta unos 5.000 euros por paciente, pero creen que es más fácil de usar, y que su precio puede caer rápidamente hasta convertirse en un barato chequeo para el diagnóstico temprano.
El biólogo molecular Íñigo Martincorena es uno de los líderes mundiales en el estudio de mutaciones genéticas que pueden predecir el cáncer. Se trata de erratas en el genoma que aumentan exponencialmente la posibilidad de que se generen tumores. El investigador, que no ha participado en el estudio, resalta su importancia. “Es una herramienta nueva y muy útil para poder estudiar las expansiones clonales durante el envejecimiento”, reconoce a este diario. “Conforme envejecemos, cada célula de nuestro cuerpo acumula unas 1.000 mutaciones, pero al mismo tiempo hay muchísimos más cambios epigenéticos de metilación, probablemente decenas de miles. Uno de los resultados de este proceso es el cáncer, pero lo que se ha visto en la última década es que este proceso es muy generalizado en muchos tejidos en la ausencia de cáncer, y se cree que probablemente contribuya a muchas enfermedades crónicas. Este trabajo demuestra muy inteligentemente que las marcas epigenéticas se pueden usar como un código de barras preciso y asequible para estudiar estos clones, y ver cómo cambian de frecuencia con la edad, y qué relación tienen con enfermedades”, añade.
Una de las primeras preguntas a responder ahora es si la nueva herramienta funciona en otros tejidos más allá de la sangre. “Como todo estudio novedoso, son mayores las promesas que las limitaciones”, explica Iñaki Martín-Subero, experto en epigenética del Instituto de Investigación IDIBAPS, en declaraciones al portal SMC España. “Es un trabajo que abre camino para otros investigadores en múltiples ámbitos de la biomedicina. Por ahora, no se prevén aplicaciones clínicas, pero su potencial en investigación es enorme”, añade.