La guerra arancelaria emprendida contra el mundo por el presidente de EE UU, Donald Trump, ha tenido numerosas consecuencias negativas para la primera economía: caídas generalizadas en Wall Street, un empeoramiento preocupante del mercado de deuda estadounidense, la devaluación del dólar, una rebaja del crecimiento para este año pronosticada por el FMI y la imposición de aranceles por parte de terceros países como represalia. Pese a este cúmulo de malas noticias, la Casa Blanca se agarra como un náufrago a una tabla en medio del mar a los anuncios o a la demostración de intenciones de compañías de diversos sectores para incrementar su capacidad productiva en EE UU, y con ello esquivar los aranceles de Trump. Decisiones revestidas como éxitos por la administración trumpista que, sin embargo, los expertos deslucen por sus efectos colaterales: un aumento de costes y un sobrecargo para los bolsillos de los consumidores norteamericanos. Batallas ganadas en medio de una guerra con mal pronóstico.
La lista de compañías que han decido pasar por el aro de Trump es variopinta: desde la automovilística japonesa Honda al productor de licores italiano Campari, la marca de lujo francesa Louis Vuitton o el gigante farmacéutico suizo Roche. La primera de ellas informó la semana pasada del traslado de la producción de la versión híbrida de su popular modelo Civic desde Japón a EE UU. Campari y Louis Vuitton han mostrado, por su parte, interés en aumentar su capacidad productiva en el país, mientras que Roche ha anunciado una inversión de 50.000 millones de dólares (43.970 millones de euros al cambio actual) durante los próximos cinco años.
“Estos anuncios no se tratan simplemente de una reacción coyuntural de las empresas, se trata de evitar los efectos de los aranceles de Trump o de algún otro presidente que venga detrás de Trump, por ejemplo, Vance”, explica Rafael Pampillón Olmedo, catedrático de Economía de la Universidad CEU San Pablo. Un movimiento con el que las empresas “no solo buscan reducir costes inmediatos, como es sufrir los aranceles, sino también adaptarse a un entorno comercial cada vez más proteccionista”. Aun así, el catedrático avisa de las consecuencias de estos traslados: “Podrían desencadenar una reconfiguración completa de las cadenas de suministro”.
Manuel Alejandro Hidalgo, doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Pompeu Fabra y profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, muestra su sorpresa por los movimientos precipitados de estas firmas, teniendo en cuenta la imprevisibilidad que ha demostrado recurrentemente Trump. “Una persona que un día dice una cosa y al siguiente la contraria no parece muy de fiar como para asumir los enormes costes que supone abrir determinados tipos de fábricas en un país como Estados Unidos”, advierte.
Hidalgo pone en duda que el resultado de estos traslados pueda resultar beneficioso para las firmas, aunque con ellos esquiven los aranceles, al tiempo que señala que serán los estadounidenses quienes terminen soportando el irremediable aumento del coste final de los productos. “Hay evidencias empíricas económicas demoledoras que apuntan en un mismo sentido: los aranceles conducen a la inflación. Y lo que está haciendo Estados Unidos es pegarse un tiro en el pie por mucho que vista estos movimientos como un éxito”, remacha.
No todas las voces expertas son tan críticas. “La situación actual presenta una elevada incertidumbre, ya que aún no se conocen los aranceles finales que se aplicarán a otras regiones ni los incentivos fiscales que el Gobierno desea implementar. Varias compañías ya han anunciado su intención de abrir nuevas instalaciones en EE UU, como Nvidia, que fabricará sus chips de IA Blackwell por primera vez en el país, en colaboración con TSMC, y ya está construyendo centros en Texas junto a Foxconn“, explica Adam Miquel, director de inversiones alternativas en Aurica Capital, que plantea que la relocalización de empresas favorecerá a sectores como el de los servicios electrónicos, con la posible apertura de cientos de data centers, los cuales requieren desde acceso a la red eléctrica hasta la instalación de módulos específicos. Precisamente TSMC anunció en marzo una inversión de 100.000 millones para producir chips en EE UU, que se suman a los 65.000 ya anunciados durante la administración de Joe Biden. Estas inversiones en chips en realidad se benefician de la lluvia de subvenciones, deducciones, préstamos y garantías que se les brindó con la Ley Chips de 2022 que aprobó Biden, cuya dotación asciende a unos 280.000 millones y que buscaba asegurarse la producción nacional de semiconductores. Además de TSCM, Micron, Samsung o Intel se han beneficiado de estos incentivos para nuevas inversiones en plantas e I+D.
Precisamente, el antecesor de Trump en la Casa Blanca también promovió el incremento de la producción industrial en el país a través de la ley de Reducción de Inflación (IRA por sus siglas en inglés), aprobada en 2022. Esta cuenta con un presupuesto total aproximado de 750.000 millones de dólares y estaba destinada a disminuir los costes en salud y energía, promocionar las inversiones en energías limpias y reforzar la plantilla de la agencia tributaria. Además, estimaba la creación de hasta 1,5 millones de empleos nuevos y un aumento del PIB del 0,88% para 2030. Empresas nacionales como Ford se valieron de las ayudas de esta ley para construir tres nuevas plantas de baterías para coches eléctricos en Stanton (Tennessee) y Glendale (Kentucky). Mientras que la estrategia de Biden se basaba en las ayudas y el atractivo del mercado, la de Trump se centra más en la imposición de los aranceles.
Nuevos empleos
Según la farmacéutica Roche, una vez que toda la capacidad de fabricación nueva esté operativa, exportará más medicamentos desde EE UU de los que importa, si bien recordó que, actualmente, su división de diagnóstico ya tiene un superávit de exportación desde EE UU a otros países. La compañía afirmó que estas inversiones reforzarán su ya significativa presencia en EE UU, donde cuenta con 13 plantas de fabricación y 15 centros de I+D. “Se espera que estas inversiones permitan crear más de 12.000 nuevos puestos de trabajo, incluyendo casi 6.500 empleos en construcción, así como 1.000 nuevos puestos en las instalaciones nuevas y ampliadas”, dijo Roche esta misma semana. La empresa tiene una plantilla de más de 25.000 personas repartidas en 24 centros en ocho estados: Kentucky, Indiana, Nueva Jersey, Oregón, Arizona, Pensilvania, Massachusetts y California.
Dos días después del anuncio, el consejero delegado de Roche, Thomas Schinecker, volvió a defender la nueva apuesta por EE UU en la presentación ante los inversores y analistas, recordando que, en los últimos diez años, la empresa ha invertido 67.000 millones de dólares en el país. De hecho, el mercado estadounidense supone el 52% de los ingresos de la división farmacéutica, la mayor del grupo. En el primer trimestre, las ventas en EE UU crecieron un 6%. Fuentes de la compañía resaltan a este periódico que estas inversiones se alinean con la estrategia de la compañía a largo plazo “de estar donde están” sus clientes y donde los pacientes los necesitan.
La también suiza Novartis anunció hace pocas semanas una inversión de 23.000 millones de dólares (unos 20.229 millones de euros al cambio) en EE UU. La farmacéutica planea construir seis nuevas plantas de fabricación, algunas de las cuales producirán ingredientes farmacéuticos, además de un nuevo centro de I+D en San Diego, California. Estas instalaciones se construirán en los próximos cinco años, y supondrán la creación de 1.000 nuevos puestos de trabajo especializados, como ingenieros y científicos, además de otros 4.000 empleos para staff y personas dedicadas a su construcción. La empresa está pendiente de decidir dónde se construirán cuatro de estas nuevas fábricas, si bien dos de ellas, dedicadas al desarrollo de terapias para el cáncer, se implantarán en California y Texas. Dentro de esta tendencia, Eli Lilly anunció a finales de febrero, ya en plena ofensiva de Trump, una inversión de 27.000 millones de dólares en nuevas plantas en EE UU durante el siguiente lustro.
En el sector del automóvil, además de Honda, otras empresas se han visto obligadas a repensar su cadena de suministros y su producción en la región. El grupo Volkswagen, por ejemplo, ha paralizado el envío de coches por mar y tierra a EE UU de marcas como Audi. La firma de los cuatro aros vende mucho en EE UU, sobre todo el Q5, un modelo ensamblado en México. Según Reuters, la firma prémium pretende hacer sus coches más vendidos en EE UU en una fábrica local, sobre la que anunciará su localización este año.
BMW, por su parte, fue el principal exportador automovilístico de EE UU el año pasado gracias a su fábrica de Spartanburg, en Carolina del Sur —con 225.000 vehículos deportivos y cupés vendidos al exterior, por valor de más de 10.000 millones de dólares—. Aun así, la compañía alemana anunció este mes que incrementará su producción en dicha factoría en 80.000 unidades anuales.
Mercedes-Benz, la otra gran automovilística alemana, no produce ningún coche en EE UU, aunque sí en México. Según admitió este mes Reiner Hoeps, presidente de Mercedes-Benz España, la compañía está monitorizando la situación y estudia diversos escenarios, entre los que está la posibilidad de fabricar en Estados Unidos. “En estos meses hemos vendido como locos en EE UU, porque ha habido un efecto de anticipación. Ahora se han estado comercializando coches que no estaban afectados por el arancel del 25%. Después, cuando se acabe el stock, esperamos que haya un frenazo. Con la combinación de ambos efectos, calculamos que las entregas en EE UU se reducirán un poco, en torno a un 3% o un 5%. El efecto será mucho mayor en 2026 si se mantienen los aranceles”, señaló el directivo.
Teknia, un fabricante de componentes de automoción español, reconoce a este periódico que busca “oportunidades” para crecer en EE UU, mediante la compra de otras compañías o capacidades productivas. La firma vasca cuenta con una fábrica en Nashville (Tennessee), y ha visitado otras empresas para posibles nuevas adquisiciones. “Aunque aún no hay nada en concreto, con ninguna operación en marcha”, indica Teknia, que resalta que en su plan estratégico ya estaba incluida la idea de crecer en Norteamérica “y ahora, por los aranceles, especialmente en Estados Unidos”.
En todo caso, el aumento de la producción local para sustituir importaciones, alerta Pampillón, conllevará posiblemente un incremento de precios tanto para empresas como para particulares. “Los productos y los componentes importados de fuera serán más caros; la producción que comience en EE UU, al abrigo de los aranceles, será de empresas menos eficientes y, por tanto, con mayores costes; y las empresas estadounidenses, al observar que los productos que vienen de fuera son más caros por el arancel, aprovecharán esa menor competencia procedente del exterior para subir sus precios y aumentar sus beneficios. En definitiva, más inflación”, resume el catedrático que, sin embargo, añade: “A largo plazo, la llegada de empresas extranjeras a EE UU podría generar importantes beneficios para el país en términos de creación de empleo y un fortalecimiento de su infraestructura productiva”.