En el mundo dibujado por Dani Rodrik (Estambul, 67 años), la hiperglobalización galopante que fiaba todo a los mercados internacionales, como si saciar sus necesidades fuera el fin último, y no un medio del que los Estados debían servirse para conseguir mayor bienestar, ha dado paso al auge de los populismos autoritarios. “Cuando los populistas dicen a la gente que les van a devolver el control obtienen resultados.”, aseguró durante su intervención en el marco del Foro CREO, organizado por CincoDías.
En el camino cree que se han perdido cosas: la clase media se ha erosionado; los países lidian con crecientes brechas salariales, sociales, culturales y políticas, y la mayor integración económica internacional ha conducido a una desintegración en el ámbito doméstico. El resultado ha sido, en su opinión, una sensación generalizada de pérdida de control y un alejamiento entre la ciudadanía y las élites, que bajo el paraguas de la globalización se han desentendido de la prosperidad de los trabajadores al invitarles a mejorar su formación o moverse allí donde haya empleo, en lugar de buscar el fortalecimiento de las comunidades locales.
Rodrik, profesor de Economía Política en Harvard y premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2020, lleva casi tres décadas reflexionando y escribiendo sobre las contradicciones de la globalización, incluso en tiempos en que criticarla era ir contracorriente y la idea de desglobalización estaba considerada una hipótesis improbable. Suyo es el célebre trilema que apunta a que los países solo pueden elegir dos de estos tres elementos: democracia, hiperglobalización económica y soberanía nacional. “Priorizar la agenda nacional de cohesión social no es incompatible con la economía abierta”, apuntó.
Estados Unidos ha puesto el foco sobre todo en uno de esos elementos, la soberanía. Rodrik describió a Trump como alguien entregado a su obsesión por la balanza comercial, el fetichismo manufacturero, la hostilidad contra la inmigración y una excesiva confianza en la tecnología. “Trump esta arruinando la economía global porque está arruinando la economía estadounidense”, dijo en una nueva versión de su tesis de que el mejor modo de contribuir a la prosperidad global que tiene un político es mejorando su propia región o país, como sucedió tras Bretton Woods.
Las consecuencias van más allá de lo económico: Rodrik advirtió de que Trump está atentando contra los tres pilares que históricamente han sostenido EE UU: el Estado de Derecho, el respaldo público a la tecnología y la ciencia —en plena persecución sobre Harvard—, y la apertura a la inmigración y el talento extranjero. “Va a ser muy difícil revertirlo”, lamentó
El economista sitúa a China como la gran ganadora de la hiperglobalización, lo cual estima una paradoja porque juega con sus propias reglas del juego: restricciones comerciales, una divisa manipulada, e incumplimientos de las normas de la Organización Mundial del Comercio. En cambio, otros países exportadores, como México, que sí firmaron tratados de libre comercio y se adaptaron, se han quedado atrás. Además, en contra de lo que se creía, ni la integración comercial ni su potente crecimiento económico ha traído liberalización política a China ni la ha hecho converger con el resto. “El sistema no se ha vuelto más armonioso”, resumió. Más bien al contrario: ha exacerbado la competición entre superpotencias con EE UU.
Oportunidad para Europa
En medio de ese choque, Europa jugaría el papel de “fuerza estabilizadora del multipolarismo” y faro democrático. Pero según Rodrik no solo debe limitarse a ser el modelo a seguir que el mundo necesita, también debe aprovechar la oportunidad, en pleno debilitamiento del dólar, de atraer todo ese flujo inversor que ha quedado huérfano y busca refugio seguro.
¿Qué viene después de la hiperglobalización? Rodrik contempla tres escenarios: que resume en el bueno, el malo y el feo. El más positivo sería un reequilibrio entre las competencias nacionales en economía, medio ambiente o seguridad, frente a las exigencias de apertura externa, es decir, “una globalización más reducida pero más sostenible”, según su visión. El negativo, un regreso a las autarquías estilo años 30, poco probable en un mundo tan interconectado como el actual —“aunque Trump lo está intentando”, matizó—. Y el feo, un escenario parecido al actual, donde la geopolítica debilita la economía mundial, con el comercio, las sanciones, y las finanzas internacionales como armas arrojadizas.
El mundo afronta, en su opinión, tres retos en ese nuevo orden económico: reconstruir la clase media, abordar el cambio climático y reducir la pobreza a nivel global. Hay herramientas como la inteligencia artificial que pueden ser de utilidad en esos empeños, pero solo si se usan bien. “Necesitamos evitar que mute hacia una versión autoritaria. Reorientarla a que ayude a la gente. Sabemos cómo acabaría si unas pocas compañías controlan esos modelos. Habría muchas innovaciones que quizá ayudarían a ciertos segmentos, pero no a todos”.