Barcelona, (EFE) / Ginés Muñoz .- Carlos Cuadrado (Barcelona, 1983), pelotea en la pista central del Centro Internacional de Tenis Cornellà con Emerson Jones, la menuda y talentosa tenista australiana de 16 años a la que prepara para el torneo júnior de Roland Garros que empieza este fin de semana.
Cuadrado sabe bien lo que es ganar ese torneo, porque lo hizo con 18 años, cuando en 2001 derrotó con una superioridad exultante al argentino Brian Dabul (6-1 y 6-0) en una de las finales más cortas de la historia del abierto parisino. Ahora, como técnico de la federación australiana, busca repetir aquel éxito a través de una de las grandes promesas del tenis femenino.
«Con Emerson, surgió la oportunidad de trabajar en noviembre pasado. Lo probamos y salió bien desde el principio. Nos entendemos bien, me gusta la forma en que compite. ¿Si puede ganar Roland Garros? Hacerlo no es nada fácil, pero ella puede ganar cualquier cosa por cómo lucha y su capacidad para encontrar soluciones a los problemas que van surgiendo en cada partido», explica en una entrevista con EFE.
Rumbo a Australia huyendo del tenis
A Australia llegó Cuadrado, en 2008, con la rodilla y las caderas llenas de cicatrices después de media docena de operaciones y una herida abierta en el alma tras ver truncado su sueño de convertirse en uno de los mejores tenistas del mundo.
Mientras jugadores como David Ferrer, Fernando Verdasco o Tommy Robredo empezaban a destacar en el circuito profesional, el barcelonés ya era un «jubilado» a los 25 años, y necesitaba irse «lejos» y desconectar. «Simplemente quería estar solo y en paz, dejar de pensar en lesiones y recuperaciones y encontrar la calma», recuerda.
Con 19 años, Cuadrado había ido a disputar la previa del Open de Australia y le encantó el país. Además, estaba empezando a surfear y también quería mejorar su inglés, así que le pareció que las Antípodas era el «destino ideal» para empezar de cero.
La vuelta al mundo en velero
Aquella huida hacia adelante se convirtió en un viaje iniciático para reconciliarse con su pasado y reencontrarse con su identidad. Objetivos que logró cuando decidió dar la vuelta al mundo en velero, una aventura que relata en el libro ‘Un rival impredecible’ (Penguin Libros), que dedica a su padre, ya fallecido, la persona que le transmitió la pasión por el tenis y el amor por el mar.
Cuatro años de travesía explorando lugares remotos y espectaculares como Indonesia, Malasia, Tailandia, Seychelles, Ciudad del Cabo, la isla de Granada, Panamá, Madagascar, Mozambique, Tahití o las Islas Marquesas. La última parte del viaje, mientras la vida en tierra firme parecía haberse congelado por la pandemia de la covid-19.
Cuadrado recuerda que el deporte del que tuvo que retirarse prematuramente le sirvió para salir airoso de la aventura: «La soledad, la manera de afrontar los retos, la búsqueda de soluciones a los problemas, la resiliencia cuando las cosas no van bien… En el mar utilizaba exactamente los mismos valores y aprendizajes que tenía viajando, entrenando y compitiendo como tenista».
Un proceso de duelo que duró más de diez años
Pero hasta obtener la sanación en la inmensidad del océano, Carlos Cuadrado tuvo que pasar «diez o doce años de duelo», aunque de eso se daría cuenta mucho más tarde.
Tras un primer año sabático viviendo en Sídney, volvió al circuito como entrenador de la eslovaca Daniela Hantuchova y después de las rusas Svetlana Kuznetsova y Anastasia Pavliuchenkova.
«En ese momento, creía que ya había hecho las paces con el tenis, pero luego supe que no. Que había vuelto demasiado pronto», admite. Por eso, tras cinco años trabajando con la federación australiana, en 2017 invirtió todo lo que tenía en la compra de un barco, sin apenas tener experiencia en navegación, en busca de «nuevos retos» que le permitiesen llenar el vacío que le había dejado el tenis.
«Tenía la necesidad de probarme a mí mismo, algo de lo que el tenis me había privado, porque no me había dejado comprobar lo lejos que podía llegar en algo en lo que había puesto tanto empeño. Y el viaje, el reto de dar la vuelta al mundo, me dio exactamente esa adrenalina que hacía mucho tiempo que no sentía en mi estómago», afirma.
«Ahora me siento mucho mejor, mucho más calmado. Tengo una paz interior que no tenía, y eso me lo ha dado el viaje, el mar, las navegaciones en solitario», reflexiona.
Y es que Carlos Cuadrado ya ha dejado de preguntarse lo que podía haber sido de su carrera si su físico no se hubiera quebrado, «lo lejos que hubiera podido llegar en el ranking o si hubiera sido ‘top-ten’», apunta.
Y ha conseguido rescatar recuerdos de su etapa tenística sin sentir una dolorosa punzada en el estómago. Por ejemplo, aquel Nike Junior Tour que disputó como infantil y donde compartía entrenamientos con un benjamín Rafa Nadal.
«Lo veía y admiraba su capacidad para ganar partidos que parecían perdidos, como parecía mejorar con cada golpe, con cada partido. Su espíritu de lucha, su capacidad de sacrificio y su intensidad en la pista. No era nada habitual ver todo eso en un jugador tan joven», recuerda del exnúmero uno del mundo.
En cualquier caso, Cuadrado tiene claro que todo lo bueno y lo malo que vivió en el tenis le empujó «en una única dirección»: la de prepararse para disfrutar con la misma intensidad de su otra pasión, la navegación.
«La persona que soy hoy es el resultado de todas las cosas que me han pasado. Y ya no tengo nada que reprocharme. Estoy contento con la persona que soy hoy y satisfecho con la vida que tengo», sentencia con una sonrisa.