Madrid (EFE).- La tradicional Corrida de Beneficencia de Madrid se celebró hoy sin la presencia del rey Felipe VI en el Palco Real, vacío por primera vez en la historia de este festejo, pero finalizó con la primera salida a hombros por la Puerta Grande, tras una actuación magistral, de Morante de la Puebla, auténtico rey del toreo actual.
Por eso fue que cientos de jóvenes se acabaron echando al ruedo entusiasmados para acompañar al maestro sevillano en una clamorosa y masiva vuelta al ruedo en volandas antes llevarle así, camino del hotel, por la gran calle de Alcalá, que esta noche relució más que nunca con la presencia deslumbrante de quien por fin, logró el reconocimiento definitivo de la plaza de Madrid.
Y hubo motivos sobrados para así sucediera porque Morante, además, puso las cosas en su sitio después de un larguísimo y paupérrimo San Isidro, para lo que, simplemente, le bastó con mostrar, con total sencillez y naturalidad, la más honda pureza y verdad del toreo auténtico, del de siempre. Y todo, con un lote más que mediocre.
El que abrió plaza, cuya muerte, como sus compañeros en los primeros turnos, brindó a la Infanta Elena, presente en una barrera del tendido 10, fue un toro de hondo volumen que, tras un duro primer puyazo, llegó al último tercio medido de fondo pero con una factible nobleza que Morante administró a la perfección, igual que, con una gran economía de movimientos, se administró también a sí mismo.
Después de tres soberbias verónicas de salida, el de la Puebla le abrió faena con unos precisos ayudados por alto y lo asentó en dos buenas tandas con la mano derecha, para romperse en una tercera al natural, cuando el de Juan pedro Domecq ya perdía todo su fondo.
Fue una faena medida, exacta para lo que había delante, pero que cerró de una soberbia estocada, en otro ejemplo de pureza y verdad en la ejecución, ahora a la hora de cruzar el pitón y dejar el acero en lo más alto, haciendo que el toro cayera de manera fulminante. La primera oreja cayo por su peso.
Pero no así la segunda, que cuando tomó la muleta, e incluso mediado el trasteo de muleta, no parecía muy probable, salvo para el maestro, que nunca perdió la fe en sí mismo frente a un toro descastado que se protestó desde que salió al ruedo desde el tendido más vociferante, incluso con despectivos «miaus» cuando el sevillano comenzaba a tratarle con una franciscana y suave paciencia.
Solo así se entiende que el simplón ejemplar, que apenas puso celo en sus cortas arrancadas, acabara metido y sometido en una tela que el maestro movió con precisión y delicadeza, acompañando con el pecho desde el embroque hasta el remate de cada pase, y en especial en esos dos inmensos naturales, redondeados con un enorme sabor, con los que acalló cualquier protesta y puso de acuerdo a la inmensa mayoría.
Los recursos, los adornos, la gracia y la sinceridad de los cites de frente, ya muy cerca de los pitones, y el conjunto magistral de todo lo que intentó y consiguió fueron los argumentos para que, tras una estocada, sí, defectuosa, se le pidiera y concediera esa oreja que le negaron absurdamente en su primer paseíllo en la feria y que ahora le franqueaba el paso por esa Puerta Grande que se le llevaba negando desde hace más de dos décadas.
También hubo un trofeo, este sí que muy benévolo, para Fernando Adrián del primero de los dos notable toros de su lote, un serio y astifino castaño que repitió sus arrancadas con notable profundidad.
Frente a tan óptimo panorama, por mucho que esta vez intentara mostrarse más reposado, el madrileño volvió a caer en sus ya habituales desaciertos, como los de empalmar pases cortos casi siempre en cites sesgados o desde la pala del pitón.
Paco Aguado
Y, perdiendo así la gran oportunidad de acompañar al maestro que le brindó el quinto, esa fue también la injustificada estrategia con la que Adrián, más pausado fuera de la cara del toro que en el terreno de la verdad, se dejó ir también la buena clase de ese otro «juanpedro» , aunque recurriera finalmente a un desesperado pero improductivo arrimón.
Por su parte, Borja Jiménez pasó prácticamente desapercibido en la definitiva coronación de Morante. Mecánico, sin fibra, toreando por las afueras o encimándose más de la cuenta con ambos, el también sevillano apenas provocó un solo olé o una mediana ovación, pese a la clase que, con unas escasas fuerzas, tuvo su primero y la nobleza de un sexto que pareció ser solo el prólogo de la más espectacular salida a hombros del año en Las Ventas.
FICHA DEL FESTEJO:
Seis toros de Juan Pedro Domecq, excelentemente presentados, aun algo desiguales de volúmenes. Todos lucieron unas finas y serias hechuras. En conjunto, aun algo medidos de fondo, fueron bravos en varas y tuvieron entrega y nobleza en sus embestidas, salvo el desclasado cuarto. El lote más completo fue el de Fernando Adrián.
Morante de la Puebla, de azul noche y azabache: gran estocada (oreja); estocada baja (oreja). Salió a hombros por la Puerta Grande
Fernando Adrián, de negro y oro: estocada tendida trasera (oreja); metisaca en los bajos (silencio).
Borja Jiménez, de grana y oro: tres pinchazos (silencio tras aviso); dos medias estocadas bajas, dos pinchazos y estocada caída (silencio).
Entre las cuadrillas destacaron picando Vicente González y Tito Sandoval.
Por primera vez en la historia, el Palco Real permaneció cerrado durante el trascurso de esta tradicional Corrida de Beneficencia, celebrada con cartel de «no hay billetes» en las taquillas (22.964 espectadores), en tarde de calor sofocante.
Paco Aguado