El nuevo papa, León XIV, ha comenzado oficialmente su mandato este domingo, con la misa de inicio del pontificado, celebrada a las diez de la mañana bajo un sol ardiente en la plaza de San Pedro ante 150.000 personas, según fuentes vaticanas, y delegaciones de 150 países. Entre ellos, los Reyes de España; el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance; la presidenta peruana, Dina Boluarte; el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y la presidenta de la Comisión Europa, Ursula von der Leyen.
Este acto es un momento de gran importancia simbólica, con ecos de toda la historia de 2.000 años de la Iglesia, única institución superviviente de la remota antigüedad, si bien religiones como el budismo o el judaísmo nacieron antes. Es como si aún se asistiera a la sucesión de un faraón egipcio o del emperador chino (dinastías que, aunque hayan desaparecido, en todo caso duraron más). Es un acto, que hasta 1963 con Pablo VI era de coronación, en el que las palabras del nuevo pontífice se miden con interés, pues suponen una declaración intenciones. Si en su primer discurso al asomarse al balcón tras ser elegido, el pasado 8 de mayo, el término que más repitió el peruanoestadounidense Robert Prevost fue “paz”, esta mañana ha sido “unidad”, poner fin a la discordia, en el mundo y en la Iglesia, que cuenta con 1.400 millones de fieles.
León XIV ha pedido fraternidad y reconciliación para un mundo herido “por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo al diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la Tierra y margina a los más pobres”. “Queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, comunión y fraternidad”, ha confiado. Por eso también ha llamado a la unidad en la Iglesia, que ha llegado muy dividida al cónclave tras los años de cambios y reformas de Francisco, y que, al elegirle a él, ha indicado un hombre de consenso y pacificación. Al final de la misa, el Papa hizo un breve discurso más político en el que pidió el fin de la violencia en Gaza, donde recordó que “ancianos y niños son reducidos al hambre”, y pidió “una paz justa y duradera” en “la martirizada Ucrania”. La Santa Sede ha confirmado que a lo largo del día León XIV se reunirá con Zelenski. Aún está sin confirmar un encuentro, este domingo o mañana lunes, con Vance, en lo que sería el primer contacto del pontífice estadounidense con la administración de Trump.
En el afán de Prevost de poner paz hacia dentro, en la Iglesia, ha habido un punto de autocrítica, en el sentido de que mal puede predicar amor hacia afuera quien no da ejemplo, consciente de que la polarización y la agresividad que agitan el mundo se han colado también dentro de la Iglesia. “Este, hermanos y hermanas, quisiera que fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”, ha proclamado. “Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro”.
Su homilía ha jugado constantemente con la idea del pastor y ha resumido su papel de puente entre facciones, en la tensión entre la tradición y las reformas para adaptarse al mundo actual. Explicó que el Pontífice debe ser “un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá para responder a los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy”.
Mano izquierda
León XIV ha iniciado con mucha mano izquierda este trabajo de rehacer heridas dando caricias a cada bando. Por ejemplo, ha hecho un guiño interno muy explícito, que supone avalar una crítica a su predecesor, acusado por el sector más conservador de actuar de forma excesivamente autoritaria y sin consultarse con nadie: “Pedro debe pastorear el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas”.
En un tono de humildad, y se le ha visto emocionado al decirlo, ha confesado: “He sido elegido sin tener ningún mérito”. “Con temor y temblor, vengo a vosotros como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con vosotros”, ha afirmado. Ha indicado que la “verdadera autoridad es la caridad de Cristo”. “No se trata nunca de atrapar a los demás mediante el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios de poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”, ha subrayado. Señaló que “el espíritu misionero” debe inspirar a la Iglesia, “sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo”.
Lo cierto es que los críticos de Francisco están acogiendo con alivio el retorno de la solemnidad, de un papa que canta, y además en latín, y que parece que volverá a vivir al palacio apostólico, 12 años después de que su predecesor lo abandonara. Aunque sigue sin haber confirmación oficial, lo cierto es que el apartamento ha sido reabierto y han comenzado a pintarlo, reparar goteras y reformarlo.
Pero por otra parte, el Papa ha dado un apoyo claro al complejo camino abierto por Francisco de compartir el gobierno de la Iglesia con la base, incluidos mujeres y laicos, a través de las asambleas del sínodo, algo que saca de quicio a los sectores más tradicionales, que consideran un disparate “democratizar” la Iglesia y relativizar la autoridad y el magisterio de los cardenales, como élite de gobierno. León XIV, agustino que cita bastante a San Agustín, filósofo que probablemente ahora será reeditado y releído, lo ha parafraseado con toda la intención: “La Iglesia consta de todos aquellos que están en concordia con los hermanos y que aman al prójimo”.
Baño de masas
Una hora antes del inicio de la misa, el Papa ha protagonizado un preámbulo significativo. A las nueve de la mañana se ha dado su primera vuelta a la plaza de San Pedro en el papamóvil, y también ha recorrido la gran avenida de Via della Conciliazione. Es un baño de masas que normalmente se hace después, pero en este mundo vaticano hecho de gestos tiene su importancia: es como si este Papa que ha sido misionero quisiera subrayar que antes que las ceremonias está la gente.
Luego empezó la solemne ceremonia cargada de profundos símbolos, con pasajes en latín y griego, las lenguas que se hablaban en los inicio de la Iglesia. Comenzó con la visita del nuevo papa a la tumba de San Pedro, bajo el altar de la basílica del Vaticano. Siguió con la imposición del palio, una estola de lana blanca, de corderos bendecidos y tejida por las monjas de Santa Cecilia, en el barrio romano de Trastévere. Continuó con la entrega del Anillo del Pescador, momento en el que al Papa casi se le saltan las lágrimas.
La misa ha sido el último gran evento en esta montaña rusa de jornadas históricas y multitudinarias en el Vaticano que es el periodo de sede vacante y el cónclave. Muchas de las autoridades que estuvieron en el funeral de Francisco, han vuelto a verse en el mismo lugar. Esta vez no ha venido Donald Trump ―en su lugar han asistido el vicepresidente J. D. Vance y el secretario de Estado, Marco Rubio, ambos católicos―; ni Javier Milei, ni Inazio Lula da Silva. Han acudido, y no estaban la otra vez, el primer ministro alemán Friedrich Merz y el presidente de Israel, Isaac Herzog, país que acabó muy enfrentado con Francisco y que solo envió a su funeral al embajador ante la Santa Sede.
Terminada la ceremonia al mediodía, después de dos horas, el Papa saludó uno por uno a los invitados de las delegaciones extranjeras. Felipe VI se entretuvo con él en una de las conversaciones más largas. Ahora solo queda un último acto del todo protocolo del inicio del pontificado, el próximo domingo. Es la toma de posesión de la basílica de San Juan de Letrán, pues el Papa también es obispo de Roma y esa es la catedral de la ciudad. En realidad, es en este lugar donde nació y permaneció durante siglos el palacio apostólico y la residencia de los papas, hasta la construcción del Vaticano. Pero los pontífices, tras ser consagrados en San Pedro, siempre van después a San Juan de Letrán para seguir la tradición. Luego comenzará el mandato de León XIV, que por su edad, 69 años, será probablemente largo. Es posible que haya que esperar muchos años, décadas, para ver otra vez una ceremonia como la de este domingo.