Hasta ahora, no se ha podido responder con seguridad si la pornografía en internet es dañina o para quién, pero existe consenso sobre la necesidad de conocer con más precisión sus efectos y decidir la mejor manera de que no dañe a personas más vulnerables, en particular, niños y adolescentes. En una época en la que crece la alarma por el uso inadecuado de las pantallas, el contenido sexual explícito es uno de los que más preocupan.
Aunque no existe un reconocimiento formal de la adicción, sí se identifican usos problemáticos de la pornografía, por un uso excesivo que trastoca la vida diaria o las relaciones, pero que muchas veces es identificado por el individuo o su pareja. En una revisión de estudios publicada antes de la pandemia, un grupo de investigadores de EE UU planteó la posibilidad de que, junto a otros factores, un choque moral entre las creencias, en particular la religión, y el uso del porno, era un factor que ayudaba a predecir si una persona iba a pensar que tenía problemas con este tipo de contenidos. Desde este punto de vista, el consumo de porno sería más un problema moral que de adicción.
Además de la percepción individual, existen otros factores sobre el carácter de los contenidos o las personas que los reciben e influyen en los efectos. En un estudio reciente de un equipo de investigadoras canadienses, se vio que las personas que veían un porno más romántico estaba asociado a niveles de satisfacción sexual más elevados y que el uso de una pornografía con imágenes más duras o de control se relacionaba con una satisfacción menor. Como se ha observado con el uso de pantallas, distintos tipos de contenido pueden tener distintos efectos.
El psicólogo Alejandro Villena, investigador de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y autor del libro ¿Por qué no?, suele decir que no hay pornografía sin consecuencias. El psicólogo comenta que, entre todos los diagnósticos por Trastornos por Comportamiento Sexual Compulsivo (TCSC), que incluyen muchos tipos de conducta, un 80% están relacionados con la pornografía. “Eso nos indica que la pornografía es un problema mayoritario”, afirma. Por eso, explica, “desde 2014 se acuñó el término Uso Problemático de la Pornografía, que se basa en los seis componentes de la adicción para ser diagnosticado”. Estos síntomas incluyen que el comportamiento empiece a ocupar mucho tiempo en la vida del individuo, que se cree tolerancia y se necesite más estímulo para lograr los mismos efectos, que haya un síndrome de abstinencia, que se utilice el porno para regular las emociones, como forma de regular el estrés o el aburrimiento y que tenga consecuencias en la vida familiar, sexual o laboral de la persona.
Villena también apunta a los trabajos que han buscado señales neurales de la adicción a través de técnicas de imagen como el fMRI, que permite ver la actividad del cerebro ante estímulos como el porno. En un estudio publicado en Neuropsychopharmacology un equipo internacional de científicos concluyó que, igual que sucede con la adicción al juego o a algunas sustancias, es posible encontrar unos mecanismos neurales relacionados con facetas clínicas relevantes del uso problemático de la pornografía. En opinión de los autores, esto significa que sería posible aplicar a este comportamiento estrategias útiles para combatir otras adicciones.
Ignacio Obeso, investigador del Centro Internacional de Neurociencia Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CINC-CSIC), asevera que los efectos de la pornografía “son muy nocivos, principalmente en la adolescencia, y pueden determinar cambios psicopatológicos relacionados con el procesamiento de estímulos sexuales e influir negativamente en las fantasías, actitudes y comportamientos sexuales”. El investigador también cita estudios que indican que la pornografía proporciona estímulos artificiales que no se corresponden con los contactos reales, y a que el uso continuado puede llevar a una habituación que aturde, porque la realidad nunca puede proporcionar tanta novedad como internet.
Obeso puntualiza que el problema de la pornografía se asocia y se agrava en personas donde se añaden patologías como la depresión, el TDH o la ansiedad, y que hay pocas escalas que midan la severidad del uso para poder objetivar. “El indicador máximo es el impacto sobre las funciones diarias del individuo”, señala. “Para algunos, el uso compulsivo de pornografía puede no suponer un problema en su día a día, siendo combinado con sexo satisfactorio y no repercutir en su vida y para otras personas puede tener más impacto en su relación de pareja o en su vida personal”, añade. “El umbral es individual, no hay un criterio absoluto de severidad ni fijo y delimitado para todo el mundo”, concluye.
Sobre los factores ideológicos que pueden hacer que el mismo consumo de pornografía sea problemático para una persona y no para otra, Villena considera que puede haber personas que se sobrediagnostiquen el consumo como adicción sin cumplir criterios clínicos. Sin embargo, añade, “por el hecho de emitir un juicio moral, no necesariamente tenemos que desdeñar su posible adicción a la pornografía”. Además, asegura que también existe el extremo contrario, de personas que no emiten ningún tipo de juicio sobre su conducta sexual y todo les parece adecuado. “Se ha visto que eso es un factor de riesgo para desarrollar trastornos por comportamiento sexual compulsivo”, dice. En este caso, suelen ser personas cercanas las que señalan el problema y animan a tratarlo. En todos los casos, cada tipo de paciente debería tener un tratamiento particular. Los religiosos, pero no compulsivos, podrían recibir ayuda para integrar su vida sexual y sus creencias, pero no con el modelo adictivo, y a los religiosos o irreligiosos con rasgos de adicción se les trataría como tal, según explica Villena.
Mientras se entiende mejor cuáles son los efectos de la pornografía en el cerebro, cuáles son las personas más vulnerables y cómo se ayuda a evitar los daños a las personas que lo usan de forma compulsiva, ya hay intentos de crear métodos para controlar el acceso a este contenido, sobre todo para proteger a los menores. De momento, el progreso es lento. El pasado mes de diciembre, el Ministerio de Juventud e Infancia, dentro de una serie de propuestas para crear un entorno digital seguro, incluyó propuestas de regulación y educación para evitar o mitigar los daños de la pornografía online.