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Stuani y el orgullo del Girona, ante el reto de evitar el descenso a Segunda

Montilivi toca a rebato para recibir al Betis (21.00, Dazn) y preparar el viaje del próximo jueves a Leganés. Girona, la coqueta y colorida ciudad de los cuatro ríos y los once puentes que se cuentan sobre el Onyar, siempre tan distinguida y orgullosa de su patrimonio y manera de ser y a veces también rebuscada y puñetera —cómo llevar la contraria a los que se definen como “soms la república gironina”—, parece que se ha puesto por fin de acuerdo en la necesidad de sostener al Girona FC en la Liga. Todos los muchos y rebuscados caminos de la ciudad llevan ahora hasta al campo de fútbol y al partido del lunes de Pascua.

El club, el entrenador, los futbolistas, la federación de peñas, el Jovent Gironí —tots junts— aspiran a soplar para que la pelota entre de una vez en la portería contraria y no en la de Gazzaniga. Hay ya una flota de autobuses gratuitos preparada para el desplazamiento del jueves —la entrada cuesta 30 euros— y quién sabe qué se tendrá que preparar para los encuentros ante el Mallorca, Villarreal, Valladolid, Real Sociedad y Atlético. Quedan siete jornadas y el margen sobre el descenso se ha reducido a los tres puntos después de las dos últimas derrotas mínimas contra el Alavés (0-1) y Osasuna (2-1).

“Gracias Dios”, proclamó Asprilla, el jugador que marcó en El Sadar. Un gol que solo sirvió para la gloria del delantero colombiano y de nada le valió al Girona. Las causas individuales amenazan al espíritu colectivo de un equipo de autor que ha pasado de la dimensión Míchel, la misma que le llevó hasta la Champions, al universo Stuani, el símbolo de la resistencia, el jugador que marca la historia del club en las últimas ocho temporadas, el delantero emblemático de Montilivi. La hinchada no paró de aplaudir al uruguayo cuando salió al campo contra el Alavés después de que los pitos compungieran al sustituido Abel Ruiz.

La rechifla se convirtió en aclamación con un simple cambio que ayuda a entender el problema del Girona: la política de fichajes no ha funcionado como se esperaba después de mucho tiempo de aciertos y el equipo se ha caído en la clasificación: únicamente ha sumado 6 de 36 puntos en la segunda vuelta después de contar 28 en la primera cuando competía en la Liga, la Copa y la Champions. Ya son nueve partidos sin ganar cuando se ha dispuesto de tiempo para entrenar y preparar cada jornada como le gusta a Míchel. La plantilla diseñada para competir en su estreno europeo no se adapta a la Liga después de quedar eliminada en la Copa.

Aquella derrota en diciembre pasado contra el Logroñés, un equipo de Segunda RFEF que salió vencedor en la rueda de los penaltis después que Pol Arnau, un zaguero hijo de exportero azulgrana Francesc Arnau (Les Planes d’Hostoles) se ocupara de la meta y se convirtiera en héroe local y escarnio forastero, desencadenara un desencuentro entre parte de la prensa local y Míchel. Al técnico le dolió que el calificativo utilizado para definir el sorprendente desenlace fuera el de “ridículo” porque el equipo se había formado para combatir en la Champions. El final copero fue en cualquier caso un mal augurio con vistas a la Liga.

Nadie se explicaba cómo una entidad con un presupuesto de 113 millones y una inversión de 43,5 millones en fichajes —el saldo positivo de altas y baja era de 12,5 millones— no se estabilizaba después del acierto mostrado con anterioridad por el secretario técnico Quique Cárcel, el mismo que había cubierto las salidas de futbolistas como Taty Catellanos, Oriol Romeu o Riquelme. La cuestión es que Abel Ruiz, Miovski, Danjuma, Krejci, Bryan Gil, Van de Beek, Misehoy o el propio Asprilla, por el que se pagó la cifra récord de 18 millones al Watford, no compensaban el adiós de Dovbyk, Aleix García, Savinho, Yan Couto o Eric García.

A pesar de que solo ganó al Slovan de Bratislava, el Girona compitió bastante bien en la Champions contra rivales como Liverpool, PSG, Arsenal, Milan y Feyenoord y menos frente al PSV y Sturm Graz. La desafección no estuvo en la cancha, sino en la grada por la gestión de la venta de entradas para la Champions. No se entendió el sorteo dispuesto por el club para asistir a los cuatro partidos de la fase previa, tampoco se supo distinguir muy bien entre socios (16.000) y abonados (9.000), y se criticó el precio de las localidades, excesivamente alto para la economía doméstica si se entiende que son las familias las que mueven al Girona.

Montilivi no se llenó como se esperaba durante los partidos europeos después que la propiedad del club —mayoritariamente el City Group con un fideicomiso del 47%— accediera a no trasladar la competición a Montjuïc o Cornellà a pesar de que el aforo quedara limitado a 9.721 localidades por la prohibición de utilizar las gradas supletorias del campo habitual del Girona. Todos salieron perdedores del conflicto, unos económicamente y los otros sentimentalmente, y el distanciamiento entre los accionistas y los seguidores se expresó en la pañolada dispuesta en Montilivi para pedir precios más populares y accesibles para apoyar al Girona FC.

“Mi sensación es que la crispación no permite disfrutar de la Champions”, admitió Cárcel cuando advirtió que el estadio se había cargado de mal humor y los reproches se imponían a pesar de la mediación de un consejo asesor que incluye a notables de la categoría de Joaquim Nadal, Jordi Bosch, Jaume Roures, Joan Roca o Josep Maria Fonalleras. Ayudados por profesionales reconocidos como el periodista David Torras, responsable de la comunicación del club, y de la figura del presidente Delfí Geli, la tarea de los notables ha consistido en intentar coser para que no se advirtiera la distancia de Girona con Mánchester o Barcelona.

La tarea consiste en mezclar con el tejido asociativo de la ciudad, en activar la vida social del club y el sentido de pertenencia, en pisar el territorio y fomentar la identidad, en convertir el Girona FC en un activo mayúsculo de Girona. El reto se ha complicado porque el juego del equipo ha empeorado progresivamente y se corre el riesgo de simplificar el conflicto en la tozudez de Míchel por querer que su equipo compita de la misma manera por alcanzar Europa que por evitar el descenso a Segunda. El propio técnico reclama el apoyo de la afición ante las citas con el Betis y Leganés.

La tensión es extrema y los futbolistas actúan como si tuvieran que aprender a jugar, reiterativos en sus errores, peleados con las áreas y condescendientes hasta en los fuera de banda, poco agresivos y demasiado lentos, condenados además por un dedo cada vez que interviene el VAR. No será fácil remontar y menos con un serial de lesiones que han aumentado la negatividad y activado la memoria de quienes recuerdan que el Girona descendió en una situación parecida en 2018-2019 cuando con Eusebio en el banquillo y con hasta nueve puntos de margen se perdió la categoría después de sumar 9 derrotas en las últimas 10 jornadas.

Algo habrá que hacer cuando incluso se ha aludido al currículo de Míchel con el Rayo y el Huesca, se preguntan en Girona. La respuesta ha sido dejar de sospechar del vestuario y blasfemar de los rectores para unir esfuerzos alrededor de la ola de optimismo de la nueva generación nacida con los últimos éxitos del equipo, nietos de aquel club que llegó incluso a competir en Primera Catalana. Hay que tragarse el orgullo propio en favor del “orgull gironí” como proclama a sus 38 años una leyenda como Stuani ante la visita del Betis, que aspira a disputar la Champions, y la posterior salida a Leganés, que quiere quedarse en la Liga.

El delantero charrúa reclama que el equipo sienta el calor de su gente, que la afición salga a la calle, se haga sentir y se note ese lema que dice: “Somos el Girona. Somos valientes, tozudos y no caminamos solos. Lucharemos hasta el final”. El orgullo de Stuani es el de Girona.

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