Las ciudades se han convertido en auténticos oasis para las aves migratorias, funcionando como «bosques simplificados» que les ofrecen refugio y alimento, en particular a las especies insectívoras. Un reciente estudio publicado en PLOS One, liderado por Rodrigo Pacheco-Muñoz, Adrián Ceja-Madrigal y Jorge E. Schondube, investigadores del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explora cómo las comunidades de aves migratorias en una región del occidente de México, altamente transformada por la actividad humana, utilizan hábitats urbanos, agrícolas y naturales.
Las aves migratorias, que recorren grandes distancias cada año, dependen de hábitats adecuados para sobrevivir durante el invierno. El estudio, que comparó poblaciones de aves en entornos urbanos, productivos (agrícolas) y naturales, revela que, aunque las áreas naturales son las más beneficiosas, las zonas urbanas también desempeñan un papel importante, aunque a menudo subestimado, en el apoyo a las poblaciones de aves migratorias.
Los investigadores llevaron a cabo su estudio en El Bajío, una región con una larga historia de impacto humano. Realizaron conteos por puntos en trece localidades, cada una de las cuales incluía áreas urbanas, agrícolas y naturales. Este enfoque les permitió evaluar la diversidad, abundancia y rasgos funcionales de las comunidades de aves migratorias.
«Las ciudades, que son sistemas extremadamente complejos, siempre ofrecen agua. Los humanos tenemos mucha comida y la desperdiciamos. Tenemos tanta comida que la tiramos a la basura a diario. Así que hay una cantidad brutal de alimento para la fauna», explican Rodrigo Pacheco-Muñoz y Jorge E. Schondube, en entrevista con WIRED. «Las ciudades se vuelven muy importantes en la zona neotropical, porque la zona neotropical, donde se encuentran nuestros países latinoamericanos, es la zona más diversa del planeta… Y dado que las ciudades son para los humanos y nosotros somos los que usamos los recursos del planeta, tomamos de otras áreas para tener esos recursos dentro del área urbana».
El estudio encontró que, como era de esperar, las áreas naturales albergaban la mayor riqueza de especies y abundancia de aves migratorias. Estas áreas proporcionan una estructura de vegetación compleja que sostiene una amplia variedad de especies. En contraste, los entornos urbanos tenían la menor riqueza de especies, ya que la urbanización reemplaza los hábitats naturales con estructuras construidas, alterando el ecosistema. Sin embargo, también descubrieron que el entorno urbano tiene un «potencial desaprovechado» para albergar comunidades de aves complejas.
Por otra parte, explican los investigadores especializados en Ecosistemas y Sustentabilidad, incluso en las ciudades pueden existir hábitats diversos para apoyar la biodiversidad: “Las ciudades pueden ser un lugar muy malo para la biodiversidad… cuando son ciudades muy simples que tienen muy poca diversidad de hábitats dentro de ellas… cuando eso sucede, generalmente encontramos alrededor de un 60 % menos de diversidad en la ciudad que fuera de ella”.
Según la investigación, las aves insectívoras y granívoras fueron dominantes en los tres entornos y los entornos productivos tuvieron una mayor abundancia de aves granívoras asociadas a pastizales, mientras que los entornos urbanos estuvieron dominados por aves insectívoras con preferencia por hábitats densos y picos cortos.
«Si añadimos cosas a la ciudad, como un parque, un campo de fútbol, una plaza pública, edificios con estructuras y espacios que la fauna también puede usar, como balcones, de repente la ciudad se convierte en un lugar con muchas oportunidades para la fauna», sostienen Rodrigo Pacheco-Muñoz y Jorge E. Schondube.
Este descubrimiento adquiere especial relevancia en un contexto global crítico, caracterizado por la deforestación de bosques y selvas — el planeta perdió 4,100 millones de hectáreas de bosques tropicales vírgenes durante el último año, lo que equivale a perder 11 campos de futbol de selva por minuto; la aridificación —el 77.6 % de la superficie terrestre del planeta es ahora más seca que en la década de 1990— y la defaunación, que entre 1970 y 2018 ha provocado un descenso del 69 % en las poblaciones de animales silvestres monitoreadas, incluyendo mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces. En un planeta que literalmente arde, esta investigación emerge como un rayo de esperanza.
Hace más de tres décadas, Dirzo Minjarez acuñó el término ‘defaunación’, para referirse a la pérdida de animales en el planeta. La extinción masiva es inminente,
«Ahora que estamos empezando a entender las ciudades como un nuevo sistema y como un ecosistema, podemos darnos la oportunidad de repensarlas y comenzar a considerar otros elementos naturales dentro de las ciudades… y estamos viendo que el hecho de considerarlos y ponerlos en la ciudad no solo aumenta la biodiversidad… sino que también promueve una mejor calidad de vida», sostienen los biólogos.
Aunque las áreas naturales siguen siendo fundamentales para la biodiversidad, la investigación subraya la importancia de preservar una vegetación diversa, en especial árboles, en los paisajes urbanos y agrícolas para garantizar la conservación de las aves migratorias. Mediante el uso de modelos estadísticos, los investigadores analizaron las diferencias en la composición de especies y los rasgos funcionales entre los distintos hábitats, aportando valiosas perspectivas para la protección de estas especies en un mundo cada vez más transformado por el ser humano.
«Hay aves que usan toda la ciudad… las aves urbanas… Y luego hay paquetes adicionales de especies que usan estos otros elementos de las ciudades… En Morelia tenemos algunas especies que no se ven comúnmente en ciudades… que solo usan la ciudad para reproducirse», dicen los investigadores de la UNAM.