Pocos hombres tienen el encanto de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) y pocos han comprendido tan bien la vida como él. Aunque es o ha sido filólogo clásico, traductor, letrista de canciones de éxito, crítico literario, tertuliano radiofónico o gestor cultural cuando ha tocado, es en su poesía donde aflora su verdadero universo: una coctelera cosmopolita y española por igual en la que agita a ritmo de big-band los materiales y personajes más variopintos, desde el Guerrero del Antifaz hasta Héctor, pasando por Tintín, Shakespeare o vampiros de toda laya. Y ello sin descomponer la figura, elegantemente vestido y tratando al prójimo con cercanía y calidez, incluso aunque el prójimo sea un periodista. Este dandi afable, nombrado miembro correspondiente de la Academia Sevillana de Buenas Letras, ha venido esta semana a la ciudad, donde tiene un nutrido grupo de amigos, para presentar en la Casa de los Pinelo su antología de poemas basados en el mundo clásico, ‘Los dedos de la Aurora’, selección realizada por Luis Miguel Suárez y editada por la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia. El libro cuenta con un prólogo del propio autor y un epílogo de la poeta y traductora sevillana (además de colaboradora de esta casa), Victoria León.
Pregunta.–Me han dicho que viene de Trifón.
–Hemos estado comiendo unos de esos maravillosos bocadillitos. Me he tomado cuatro.
P.–No está mal.
–De pringá, de chorizo picante, de roquefort con chorizo picante y un cuarto de anchoas con leche condensada.
P.–Un clásico de la casa.
–Está divino. Me entusiasma Trifón. Están muy bien esos bocadillitos calentitos.
P.–Les llamamos montaditos.
–Enfrente han abierto un japonés y allí me he tomado de postre un dorayaki.
P.–Que Dios le conserve el apetito. Suele venir mucho por Sevilla.
–Menos de lo que me gustaría, porque me encanta. Mis primeros poemarios los sacó Abelardo Linares en Renacimiento. Es muy amigo mío de toda la vida.
P.–Uno de esos debates divertidos e inútiles que les gusta a los sevillanos es si la ciudad es romana o árabe. ¿Tiene una opinión al respecto?
–Yo la veo romana, pese a Al Mutamid y su taifa, que fue muy importante. Cuando paseo por Sevilla no siento una conexión con el mundo islámico. Árabes son Córdoba y Granada. Sevilla es una de las ciudades más importantes de España e, incluso, Serrano Súñer la propuso para capital del país después de la Guerra. Eso me lo contó la hija de Franco. Según ella, Franco le dijo a su cuñado: “no digas tonterías”. Y la cosa quedó ahí. Súñer quería premiar que había sido una ciudad leal.
Creemos que hay dos Españas que se odian a muerte, pero hay muchísimas excepciones
P.–En los primeros días del golpe hubo sus tiros, pero Queipo acabó con toda resistencia.
–Yo fui íntimo amigo de su nieto, José Alcalá-Zamora Queipo de Llano. Era un gran poeta y un gran historiador. A él le debo haber entrado en la Academia de la Historia. Murió hace poco. Lo quería muchísimo.
P.–Es curioso, porque este señor era nieto también del primer presidente de la II República.
–Es que Queipo había sido jefe del cuarto militar de Alcalá Zamora y allí se conocieron las familias.
P.–Eso nos recuerda que la historia es muy compleja.
–Creemos que hay dos Españas que se odian a muerte, pero hay muchísimas excepciones a este odio ancestral, aunque no se puede negar que también existe.
P.–Hablemos de ‘Los dedos de la aurora’, una antología que recoge más de cincuenta años de poemas que giran en torno al mundo clásico.
–Pero hay cinco poemas inéditos. Las raíces clásicas de mis poemas son evidentes. Si no hubiese existido, por ejemplo, la Antología Palatina, yo nunca habría escrito poesía. El concepto de epigrama es el que marca mi poesía desde el principio. Sigue siendo la base de mi obra.
P.–El epigrama es muy español, de Marcial a Quevedo…
–Pero yo hablo del epigrama no en un sentido burlesco, como ese poema de Juan de Iriarte que dice: “A la abeja semejante,/ para que cause placer,/ el epigrama ha de ser:/ pequeño, dulce y punzante.” No me baso en el epigrama del Siglo de Oro inspirado en Marcial. Para mí el epigrama es una cuestión métrica: hexámetro más pentámetro. Un poema breve con un final sorpresivo.
P.–Pero, en su poesía, vemos mucha ironía y, sobre todo, mucho sentido del humor.
–Aunque conforme uno va envejeciendo el humor se hace más negro, sigo escribiendo una poesía cercana al humor. En esto algo ha tenido que influir el que un bisabuelo mío, Carlos Luis de Cuenca y Velasco fue un poeta festivo muy conocido en su época. Fue jurídico militar y estuvo en todos los periódicos inimaginables que hubo en España. Escribió más de 8.000 composiciones satíricas.
P.–También algún crítico ha apuntado la raíz horaciana de su poesía.
–Yo creo que es más catuliana que horaciana. Lo que más influye de la antigüedad en mi poesía son los epigramistas helenísticos de la Antología Palatina de los que hablábamos antes y los elegíacos latinos: Catulo, Propercio, Tibulo y Marcial… pero sobre todo Catulo.
P.–Pero no se queda en la mera imitación de los clásicos. Su poesía está llena de contemporaneidad, de guiños y anacronismos por los que se cuela nuestro mundo.
–Es fundamental no quedarse en la arqueología, en la pura devoción por los estratos culturales. Hay que mantenerse en el mundo que uno vive y, de algún modo, analizarlo, juzgarlo o interpretarlo desde valores eternos como los de la Antigüedad clásica. Valores clásicos que yo intento trasladar al presente con anacronismos evidentes y buscados. La revista Litoral de Málaga me dedicó un número monográfico que se llamaba De Ulises a Tintín. Yo creo que eso resume muy bien lo que pretendo. Todo junto en un cóctel: el tebeo, los folletines, la novela negra, la épica clásica…
P.–Malos tiempos para la épica.
–Soy un gran enamorado de la poesía épica, más que de la lírica. El problema es sobre quién haces ahora un poema épico…
Soy un enamorado de la poesía épica. El problema es sobre quién haces ahora un poema épico
P.–No ha mencionado el cine, otra de sus pasiones. Se ha convertido en un personaje muy conocido gracias a su participación en el programa ‘Cowboys de Medianoche’. ¿Cómo lleva la popularidad?
–La llevo muy bien, porque es algo delicioso, pero sobre todo con sorpresa y extrañeza. Es un milagro que tenga éxito un programa en el que se reúnen cuatro o cinco ancianos a decir tonterías sobre la vida, el arte, la música, el cine. No hay día en que no me pare alguien por la calle. En toda España hay muchísima gente enamorada de ese programa.
P.–Del libro y de su poesía en general me gusta el que siempre tienen algo de guía del buen vivir; algo que te enseña y ayuda.
–Yo quiero que mis poemas enseñen, sean útiles, que se aprovechen. Me encanta que alguien me diga que a su primera novia la conquistó con mis versos. A mí la poesía me fue muy útil cuando era joven. Tuve la suerte de que en mi casa había un ambiente muy proclive a la poesía. Mi padre no publicó, pero escribía de vez en cuando. Mi abuelo Luis, que era jurídico militar como su padre, también emborronaba cuartillas.
P.–También hay poemas para el buen morir. No rehúye este tema en unos momentos en que nos intentan hacer creer que la muerte no existe y la esconden en tanatorios a las afueras de las ciudades.
–La muerte forma parte de la vida y, por tanto, debe aparecer en cualquier “manual del aprendizaje del buen vivir”, que bien podría ser un subtítulo de mi poesía. La ocultación de la muerte de hoy me recuerda a la leyenda del Buda, que vino de la India y se extendió por las literaturas medievales occidentales. Es la historia de Siddhartha, al que le habían ocultado la existencia de la muerte y un día ve pasar un entierro. Tal fue la impresión que decidió convertirse en el Buda, en el Sabio.
P.–Como no podía ser de otra manera en una poesía de inspiración clásica, la presencia del mito es muy importante.
–Es que el mito es fundamental en todo. Es el relato verdadero por excelencia, el que lleva la verdad, el que descifra el secreto y el misterio de las cosas. El mito explica el mundo.
P.–Sin embargo, hoy en día se identifican mito y falsedad. Cuando alguien quiere decir que algo es una mentira aceptada por todos dice que es un mito.
–Es verdad que para muchos el mito es un embuste, pero es todo lo contrario. Se suele decir que el camino fue del mito al logos, pero creo que debería haber sido al contrario, del logos al mito. Por desgracia en la vida lo que existen son los pájaros, no los supermanes. Tengo un poema sobre eso. Para mí el mito es como lo definió Mircea Eliade: un relato verdadero que ilustra acerca de cuestiones que importan mucho a una tribu.
P.–En el epílogo del libro, la poeta sevillana Victoria León habla de tres pilares de su poesía. El primero es el amor-erotismo. Esto tiene su actualidad en unos momentos en que la pornografía más burda y cruda ha triunfado gracias a internet.
–Es una pena, porque la pornografía supone un abaratamiento conceptual con respecto al erotismo. Precisamente ahora estoy haciendo un libro de poesía erótica gráfica con Laura Pérez Vernetti, quien ha hecho unos dibujos maravillosos. Estoy tan fascinado con el resultado que me he puesto a escribir muchos poemas de amor-erotismo. Lo editará Visor.
Me encanta que alguien me diga que a su primera novia la conquistó con mis versos
P.–El segundo pilar es la amistad.
–Victoria León es una de las personas que mejor ha leído mi poesía. Ahora mismo recuerdo un poema muy divertido de Irigoyen que se titula Cánovas y que dice: “el amor Sagasta”. Es verdad, el amor se agosta, pero las amistades no tienen por qué. Yo soy mucho de las amistades del tipo de Orestes y Pílades, Acates y Eneas… Me gusta la amistad. De amicitia es el tratado de Cicerón que leo continuamente, junto a De senectute. Todos esos libros de autoayuda que pueblan los estantes de las librerías no valen nada junto a un tratado de Cicerón o Séneca. Eso sí que son verdaderas ayudas.
P.–Y llegamos al héroe. el tercer pilar. Ese sí que es quizás el gran asesinato de nuestro tiempo, el del héroe. El arma homicida ha sido la ridiculización.
–Tengo escrito un poema en honor a don Antonio Fontán, que fue presidente del Senado y profesor mío muy querido, que se titula España. De ella digo que es “es un lugar muy triste que ha prohibido a los héroes”. Los héroes no solo han pasado de moda, sino que han sido vejados y vilipendiados por los poderes occidentales. Pero también hay algunos antihéroes interesantes. Recuerdo ahora el protagonista de la película Perros de paja, de Sam Peckinpah, en la que un hombre acojonado termina convirtiéndose en un vengador brutal. Lo antiheroico puede tener visos de heroísmo positivo. Tarantino, por ejemplo, me fascina.
P.–¿Es Tintín uno de los héroes contemporáneos más destacables? Usted tiene un verso en el que se pone bajo su protección: “Defiéndenos, Tintín, que nos atacan.”
–Creo que sí, pero yo soy un poco más castizo y prefiero el Guerrero del Antifaz. Me gusta esa idea de que el héroe lleva una máscara para protegerse de la mirada de todos y poder tener una segunda existencia, como pasa con muchos personajes de Marvel. Es una historia muy folletinesca. Mis amigos me critican que me guste Varney el vampiro, un folletín inglés del XIX, o la novela gótica. La mala literatura puede ser fascinante. De Tintín nos atrae el eterno adolescente que es. Y, sobre todo, el perro que le acompaña, Milú, es maravilloso. Yo lo adoro y a mi poesía se le llama “de línea clara”, como los dibujos de Hergé. Pero lo descubrí tarde, porque sus álbumes eran muy caros. Sin embargo, los tebeos de Roberto Alcázar o el Guerrero del Antifaz eran muy baratos y se vendían en los quioscos. Pero claro que Tintín me fascina y en la esfera de mi reloj hay un dibujo de él.
P.–Y no nos olvidemos del capitán Haddock, una especie de Falstaff de nuestro tiempo.
–Está bien visto eso. Parece evidente, pero nunca lo había oído. En ese sentido, Tintín es el príncipe Hal de nuestro tiempo… Otra de mis obsesiones es Shakespeare.
P.–A veces parece que está viviendo la Guerra de Troya. Es más partidario de los troyanos que de los griegos.
–Aquiles no me cae muy bien, todo lo contrario que Héctor, que es un héroe mucho más humano. También me parece muy simpático Paris, que es un sinvergüenza que rapta la novia de Menelao en sus narices. Otro que me cae bien es Príamo, un liberal. Sí, prefiero a los teucros, soy pro troyano. Igual que en la Guerra de Sucesión española soy pro Austria en vez de pro Borbones. Me divierto mucho más siendo partidario.
Los héroes no solo han pasado de moda, sino que han sido vejados y vilipendiados por los poderes occidentales
P.–¿Los yankis o el viejo Sur?
–Ahí tengo el corazón dividido. En el Sur de EEUU he visto como todavía en las casas pudientes hay bustos de los prohombres sudistas. La Guerra Civil sigue viva.
P.–A otro que le dedica algunos improperios es a Ulises.
–Hay un poema en el que le doy un poco, pero Ulises es el protagonista de la aventura más maravillosa que se ha escrito nunca y tengo que quitarme el sombrero ante él. Lo que pasa es que en ese diálogo que mantienen Helena y Príamo sale mal parado.
P.–Me despido con una pregunta que lanza usted en su poema ‘Variación sobre un tema de Calino’: “¿Hasta cuándo Occidente va a asistir, impasible,/ a sus propias exequias, envuelto en el sudario/ de la autoinculpación y de la cobardía?”
–A lo mejor esa pregunta tiene contestación y salimos del hoyo en el que nos hemos metido con esa historia de que somos malísimos y lo único que hemos hecho es el bárbaro por ahí y no fundar universidades, escuelas, imprentas… Estoy orgulloso de ser occidental y es injusto el tratamiento que se le da a los grandes héroes de Occidente como asesinos vulgares. Fueron personas extraordinarias.