Buscar

Gregorio Ordóñez, el periodista que se jugó la vida por ser un alcalde querido

Actualizado Miércoles,
22
enero
2025

00:04

Una frase incluida en una carta personal de 1984 dirigida a Ana Iribar -su novia y con quien se casó en 1990- aglutina el compromiso cívico y las enormes dificultades que marcaron la trayectoria vital y profesional de Gregorio Ordóñez hasta que fue asesinado: «El poder trabajar y ayudar a la gente me satisface por sí solo sin pretender que ello me sirva a mí de algo porque mi futuro político está acabado», le reconocía Ordóñez a su pareja en enero de aquel año. Gregorio Ordóñez había asumido dar el salto a la política en los años de plomo de ETA.

Ordóñez no se rindió ni ante la escalada etarra que en 1980 llegó a asesinar a 97 personas, ni ante las dificultades internas en una Alianza Popular en caída libre ni ante las carencias de una organización política con solo tres concejales en San Sebastián y uno en Irún.

Ordóñez conocía bien su ciudad. Desde los 5 años vivía en San Sebastián, donde sus padres se establecieron después de un curioso noviazgo. Gregorio Ordóñez y Consuelo Fenollar se conocieron en Terrateig (Valencia), se casaron y emigraron a Venezuela en los años 40, donde vivieron hasta 1963. Sus dos hijos: Gregorio y Consuelo Ordóñez Fenollar nacieron en Caracas pero con 7 y 5 años respectivamente ya vivieron en la capital guipuzcoana. Los Ordóñez Fenollar montaron la primera lavandería industrial en San Sebastián. Tauki, el nombre del negocio familiar, se convirtió en la lavandería de los grandes hoteles como el María Cristina o el Continental. Goyo compatibilizó durante un tiempo su actividad política en el Ayuntamiento con echar una mano en el negocio familiar.

Gregorio Ordóñez conoció a Ana Iribar en Pamplona. El joven donostiarra estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y el Opus Dei estuvo a punto de captarle. En tercero de carrera, Ordóñez se fue alejando del Opus y este distanciamiento aún fue más evidente cuando acabó sus estudios y regresó a San Sebastián. Inconformista y descarado, comenzó a trabajar en el diario Norte Exprés donde, como se recoge en la exposición Gregorio Ordóñez: La vida posible (y en el libro con el mismo título que la resume) utilizó el pseudónimo McGregor en sus artículos. «Su eminencia el obispo no da una a derechas», publicó el 26 de diciembre de 1981. Su «eminencia» era ni más ni menos que José María Setién, el todopoderoso sacerdote empeñado en liderar una Iglesia vasca al que las víctimas de ETA acusaron de situarse en una cobarde equidistancia con los terroristas. McGregor afeaba a Setién utilizara solo el euskera en la misa del Gallo cuando solo diez de los feligreses que acudieron a la iglesia del Buen Pastor lo entendían.

Su formación periodística le permitió seducir a los medios locales con declaraciones repletas de titulares. Hiperactivo, Ordóñez disfrutaba jugando al fútbol, se lanzó en parapente en una campaña electoral y se empeñó en que San Sebastián recuperara su plaza de toros tras derribar la de El Chofre.

El eslogan del «Siempre a tu servicio» de su campaña electoral de 1987 se convirtió en un trampolín y su imagen construyendo un muro de ladrillos conectó con un problema social que San Sebastián ha arrastrado durante los últimos cuarenta años: la vivienda. «Si a Goyo le ofrecías elegir entre ser lehendakari, presidente de España o zar de todas las Rusias te respondía ‘Alcalde de San Sebastián’», señala su compañero y amigo Iturgaiz. «Somos la versión mejorada del PNV en Donostia», advirtió Ordóñez en las páginas de Deia -el diario controlado por los nacionalistas vascos- en una calculada estrategia por pescar en el caladero de votos de los descontentos con Xabier Arzalluz. Ordóñez utilizó los cinco años en los que fue parlamentario vaco (1990-1995) para pelear por San Sebastián y reivindicar el papel de los ayuntamientos frente al «centralismo» del Gobierno vasco. «Somos municipalistas a ultranza», le recordó al consejero socialista José Antonio Maturana para afearle una ley que imponía la cesión del 85% de suelo para construir VPO a todos las ciudades y pueblos.

«Si hubiera querido enriquecerme me hubiera apuntado al PNV o al PSOE», manifestó en febrero de 1993. En noviembre de ese año nació Javier Gregorio, su primer y único hijo. Goyo fue feliz durante un 1994 en el que las urnas le devolvían su esfuerzo. Hasta que una pistola de ETA acabó con sus sueños.